domingo, 22 de febrero de 2009

Cuidado atrás

A punto de cruzar la avenida, la cabeza perdida en horizontes demasiado lejanos, un resto de conciencia atento al cambio de semáforo, a la moto que gira veloz a metros de mis pies y al pasar lanza al aire el insulto criollo de rigor.
Promedia la tarde, el cielo amenaza tormenta, extraño demasiado las caricias de mi Elegido, en especial si hace días que el encuentro soñado se posterga irremediablemente porque “hay moros en la costa” o porque escasean las coartadas o porque simplemente la mala fortuna nos juega una mala pasada, enojosa, decepcionante.
Camino a ritmo sostenido, mirando sin mirar, no vale la pena correr sin aliento para ganar escasos segundos de luz verde, puedo esperar, espero. Y justo entonces, cuando el hombrecito comenzó a titilar al rojo vivo y rugían los motores listos para la largada, así nomás, salido de la nada, a mis espaldas, el Monstruo de la Lengua Larga me espetó desde muy cerca:

“¡Flaca! Pero qué buena que estás… Dicen que la carne pegada al hueso es lo más rico que hay… ¡Vení, mamiiiitaaaaa! Mirá lo que tengo para vos…”

¡Horror de los horrores! De pronto emergieron de las sombras, como los orcos de Sauron, un ejército de semihumanos vociferantes que ensalzaban al “poeta” callejero y sumaban sus “lisonjas” a la ya inaceptable exposición.
Respiré profundo y crucé la calle a velocidad de competición y, una vez a salvo, no me privé de esbozar el gesto del dedito en alto mientras los observaba con sorna desde la vereda de enfrente.
¡Tomá! Eso es porque ustedes son multitud y yo no traigo refuerzos, mas aunque flaca, no se imaginan de lo que soy capaz…

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