miércoles, 25 de febrero de 2009

Dante

Dante ahora se dedica a la política. Lo reconocí pese a la barba hirsuta, los mismos maravillosos ojos claros sonriendo a la nada desde una pegatina sucia adherida a un poste de luz, compartiendo el abrazo de algún crápula que intenta hacer “carrera”.
Dante, el auténtico, bastante más gordo y venido a menos, debe contar ya casi seis décadas…
La primera vez que lo vi me sorprendió su elevada estatura, el porte perfecto, el gesto autoritario y seguro. Desde la ingenuidad de mis ocho años veía en Dante al príncipe azul soñado, un inaccesible y hermoso Adonis.
Cuando lo nombraron director de la colonia de vacaciones, las madres hacían cola al rayo del sol zamarreando a los pequeños que rehusaban someterse a la revisación médica. Una ola de suspiros acompañaba sus saltos desde el trampolín y, cuando nadaba largos a última hora de la tarde para descargar las tensiones de la jornada, las miradas impúdicas de la platea femenina barrían la pileta como un tsunami.
Dante tenía carácter, era bueno pero firme, no se le escapaba una. Con él aprendí a patear penales, a escupir a distancia y a tirarme de cabeza en “lo hondo”.

Sentía especial debilidad por las carreras de posta y no perdía oportunidad de imponer su disciplina, sobre todo con los varones que nos hacían la vida imposible. Como el día que sorprendieron a Laurita sola en la entrada de los vestuarios, y los muy asquerosos se bajaron los lienzos para exhibir sus minúsculos atributos. Cuando la noticia llegó a oídos de Dante la cosa se puso bien fea. Laurita moqueaba desconsolada señalando uno a uno a los culpables que finalmente fueron condenados a desfilar desnudos por todo el club desatando ruidosas carcajadas entre los presentes.
Cada año organizaba un campamento de día y medio, lejos de mamá y papá, solos, a hacerse machos ¡carajo! Lideraba los juegos y asignaba todo tipo de tareas, y guay del que emitiera una queja… lo dejaba sin comer o le tiraba la carpa abajo para que la armara él solito, sin ayuda.
Una noche jugamos la “búsqueda del tesoro” y el tesoro era él mismo, escondido vaya a saberse dónde. Provistos de linternas caminamos horas en la oscuridad, intentando localizarlo en un verdadero laberinto de vegetación y objetos difíciles de identificar. Al fin tuve la dicha de encontrarlo ¡yo solita! Dante se había ocultado bajo la lona de una pelopincho en desuso, lo supe cuando la linterna se me resbaló de las manos y cayó pesadamente en su cabeza. Se escuchó un rosario de palabrotas que me niego a reproducir y entonces supe que era él, había encontrado el “tesoro”.
Cuando anunció su boda, esperábamos verlo de la mano de una rubia escultural, exactamente a su medida. Sin embargo, la novia era una gordita simpática que no le llegaba ni al hombro. Tuvieron muchos hijos, fueron felices.
Después no supe qué fue de él, no volví a verlo hasta hoy, una foto en blanco y negro, impersonal, y sin embargo, lo reconocí al instante y fue como si se hubiera detenido el tiempo. Me vi muy pequeña nadando en la pileta enorme del club, intentando sin éxito respirar entre una brazada y otra, el silbato de Dante atronando el espacio, las madres abanicándose los “calores”... una tarde de verano como tantas.

1 comentario:

Luciano dijo...

Qué castigo a los muchachos esos...es legal???
jeje