domingo, 1 de marzo de 2009

La impunidad de la vejez




-Queriiiiiida… ¿Sabés cuánto es el boleto mínimo?
-¿Hasta dónde va?
-Ahí… ¿viste dónde hacen esos ravioles maravillosos a la… la… Parisienne? Sí, Parisienne. Porque mi hijo me invitó a almorzar, me llamó dos veces, pero hoy no tengo ganas… Es que mi nuera se la pasa gritando y yo quiero estar tranquila, le dije que no iba. ¡Hoy no!
-Bueno, otro día comen juntos…
-¡Pero claro! Yo hoy me voy a comer esos ravioles deliciosos, nada de sopita y churrasquito pasado… A mi edad, sé muy bien lo que quiero. ¡Tengo 83, nena!
-¿En serio? La verdad que no parece…
-Pero los tengo, debe ser porque soy menudita y encima con los años me voy achicando. Este pantalón me quedaba apretado y fijate ahora… ¡me sobra de acá!
-Yo voy a comer con mi papá. Va a cumplir 72, le encanta cocinar el domingo y reunir a los hijos, mirar una película juntos, charlar, reírnos…
-¿72 tiene? Es joven… Yo a esa edad salía con mis amigas pero ahora están todas muertas, las enterré una por una. A mí, no sé quién va a llevarme flores… Pero todavía tengo para rato, no te creas… Me hicieron unos estudios porque me duelen los huesos. Aaaaah, qué dolor, pero no saben qué tengo. Para mí que los médicos, a esta edad, no la quieren atender a una, total si ya me queda poco para qué se van a preocupar ¿no?
-Pero a usted se la ve muy bien…
-Sí, es que yo me arreglo ¿viste? No voy a andar por ahí con ruleros y un batón, tampoco me quedo tirada en la cama, no, no, no. Yo salgo, voy a la confitería, hago las compras, visito a los nietos… Antes tenía un perrito pero también se murió… ¡Ahí viene el colectivo!
-¿La ayudo?
-Sí, querida, empújame un poquito… ¡Gracias!

Esperé con paciencia que circularan las monedas por la bendita máquina que a veces se torna intransigente y no reconoce, no suma, no devuelve. Moneditas de cinco centavos tenía la señora. Recogí las que rodaron por el piso, aún a riesgo de desnucarme en cada frenada. Intentó otra vez y otra y otra. Los pasajeros se acumularon a mi espalda rezongando por lo bajo, después de todo era una viejecita inocente que podría ser la abuela de muchos.

-¡Chofer! ¡Me tengo que bajar! Acá, pare acá en la esquina.
-Señora, no sacó boleto…
-Es la máquina que no anda bien… ¿A ver? Permiso que bajo, permiiiiiisoooooo… ¡Chau, querida, gracias, saludos a tu papá!

Y bajó nomás, nos hizo bajar a todos y prácticamente la escoltamos hasta la vereda, donde emprendió camino hacia su plato de ravioles, muy coqueta con su cabello platinado y unas bonitas zapatillas amarillas.