jueves, 26 de marzo de 2009

La pareja dispareja

Batalla campal bajo la mirada ausente del maestro S que espera pacientemente el cese de hostilidades para retomar el “Was betrübst du dich” de Hammerschmidt, porque este es el año políglota: Haendel en inglés, Fauré en latín, Cavalieri en italiano y corales varios en alemán. Para quien teme aburrirse…
Se rasgan las vestiduras debatiendo sobre la sala de ensayo permanente del coro y en la trifulca aparecen todo tipo de cuestiones enojosas… que el ruido, que el eco, que el olor, que las sillas son muy duras, que no entra la orquesta, que hace calor, que me queda lejos, y al final le quitan a uno las ganas de cantar estos viejos chotos que lo único que tienen joven es el corazón y las ganas de llevar la contraria.
Es especial Zulema que últimamente goza de un protagonismo en extremo pedante.
Zulema me odia. Como todas las profesoras de piano que tuve la desdicha de
conocer, incluida Mademoiselle Genevieve, la ciega del Conservatorio que era una eminencia pero tan malvada que de morderse la lengua corría riesgo de morir envenenada.
Me retaba todo el tiempo Mlle. Genevieve. Un día dejó caer la tapa del piano sobre mis dedos y dijo que “fue sin quegueg”, la hija de p… Si equivocaba la lección, me clavaba la mirada acusatoria de sus ojos blancuzcos con una rabia rayana en la demencia, y era como si pudiera ver a través de mí, como rayos X o algo así. No duró mucho la cosa, un par de meses fue todo lo que pude aguantar, debe ser por eso que nunca aprendí a tocar decentemente.
¿En qué estaba…? Ah, sí, Zulema. Detesto a la gente que se cree superior a los demás y se esfuerza en hacerlo notar. Así es ella… Me miró con rencor aquella vez que el maestro S elogió esa facilidad que afortunadamente tengo de leer música a primera vista, consecuencia de mucho estudio y cerebro quemado, de lo cual no me quejo. Ese día me odió con toda el alma y desde entonces no pierde oportunidad de lanzar frases hirientes cada vez que nos cruzamos.
Por ejemplo, si hay demasiada gente y escasean las sillas, me señala desde lejos y dice: “Ella que cante parada, si total es joven…” O si de pronto el director nos deleita con fragmentos escogidos de una obra que hasta los niños tararean, me mira fijo y aclara: “Es la 5ta de Beethoven ¿te diste cuenta?” Y yo río para mis adentros anotando en la memoria cada palabra ponzoñosa de esta vieja bruja que no ha tenido mejor idea que elegirme como blanco de sus frustraciones.
“Hay de todo en la viña del Señor”, decía mamá y no le erraba. Lo importante es saber discernir y no malgastar el tiempo en cuestiones que no tienen solución.
Por lo que a mí respecta, disfruto el solo hecho de cantar y nadie pero nadie me va a venir a aguar la fiesta. En especial ahora que he encontrado a mi alma gemela… Porque mi nuevo “novio” que se llama Leo, que ronda los 80 y se mueve con bastón, es portador de una magnífica voz de barítono que haría palidecer a Titta Ruffo (que en paz descanse) y no en vano me busca con la mirada de sus ojos claros insistiendo una y otra vez: “Sentate cerca mío… Hacemos linda pareja.”

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