miércoles, 15 de abril de 2009

Por una cabeza

Se complicaron las cosas.
No es como cuando ejercitaba a Carlevaro y las cuerdas de la guitarra me perforaban dolorosamente la yema de los dedos hasta convertirlas en callo, lo cual a fin de cuentas proporcionaba la cuota necesaria de insensibilidad al tacto y era prueba irrefutable de la cantidad de horas dedicadas al estudio y robadas al simple hecho de vivir.
Horas, días, meses, años de técnica cronométricamente supervisada. Y eso sin contar la tortura extra de sostener el lápiz en la unión del pulgar y el índice mientras el metrónomo marcaba inexorablemente el tiempo de la digitación. No era posible descuidar el apoyo, los acentos, la secuencia, y lo más importante ¡que no se caiga el lápiz! porque sólo así era posible conservar la correcta posición de la mano.
Años de Carlevaro con el lapicito del orto y las manos convertidas en máquinas de precisión, no sé para qué…
Ahora todo es diferente. La mano ha de estar floja, el tacto suave y distendido, movimientos de bombeo lentos y acompasados al ritmo del corazón, so romantic… Pero no puedo aflojar la tensión de media vida dedicada a un instrumento que no quiero, aún no puedo evitar que mis manos piensen por sí mismas como pedía el Maestro, si hasta guardo la postura del lápiz… Unbelievable!
De a poco voy progresando. Memorizar la secuencia no es problema, me solidarizo con la linfa, envidio su calma, quiero ser como ella, la cuido, intento comprenderla, me siento parte del proceso.
Proximal-Distal… Distal.Proximal…
Es tan relajante que invita a un descanso prolongado. Mi chica de turno se duerme en la camilla, la profesora camina de un salón a otro repitiendo indicaciones sin cesar… “Llamada y retorno, bajamos por Ecom hasta Confluencia…” Palabras nuevas que me hacen sonreír, me gusta lo nuevo porque es aventura, me gusta mucho.
Pero ahora se torna imperioso practicar, otra vez, como siempre, al final voy a envejecer
PRACTICANDO no importa qué.
Y para variar, H no está dispuesto. Ha barajado una cantidad de excusas que me hacen arder de rabia pero esta vez no digo nada, aprendí que no es bueno desatar batallas que nos empujan indefectiblemente varios pasos para atrás. Ya no. Aunque el dicho resuene dentro de mi cabeza como bafle a todo volumen: “Dios le da pan a quien no tiene dientes”
Never mind. La solución me está mirando desde lo alto del placard, no tiene boca para quejarse ni oídos para escuchar mis reproches. Es ciega, sorda y muda. Es la cabeza de telgopor de la peluca que solía usar en la euforia del patrullaje nocturno, hace tanto que prefiero no recordar. Verla es toda una revelación que me llena de alegría. La abrazo, la beso y le prometo las bondades de una vida juntas, o por lo menos hasta que encuentre otra víctima dispuesta a dejarse drenar a mi antojo.
Cabeza de mis amores, cuántos recuerdos, querida… Vamos, vamos a practicar.

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