viernes, 17 de abril de 2009

A Tango affair

Noche de milonga en El Cachafaz.



Desde el piso se eleva el rumor del dos por cuatro, como un latido profundo que penetra hasta el hueso. El humo del cigarrillo flota en espiral, el aire huele a ginebra y vino tinto, los hombres no se hacen esperar, las mujeres no se niegan.
Tus dedos juguetean sobre el borde de una copa, tarareás la melodía conocida y observás sin atreverte a ser parte. Voyeur. El tango te trastorna, te eleva, te hunde y te
arrastra, por un instante perdés noción de realidades y es como un viaje al pasado, un cafetín del 1900, ambiente recio de malevaje y cuchillo en liga, te sentís como pez en el agua y el sueño se vuelve palpable, no querés despertar.
Y de pronto sucede… Una mirada fugaz, cosas del destino. Sacudís la cabeza como si pudieras así desechar un mal pensamiento, y volvés a mirar. Está ahí, al otro lado del salón, te observa con ojos carentes de expresión, sin prisa, mide la distancia como un predador a punto de saltar sobre su víctima, te atrapa, se borra la sonrisa de tus labios y los diálogos a tu alrededor se confunden en un bullicio informe, lejano, ininteligible, no podés apartar la mirada y es como si se detuviera el tiempo, como si un hilo invisible uniera los extremos y ya no hubiera retorno.
Se acerca despacio sin dejar de mirarte. Salís a su encuentro como respondiendo a un llamado ancestral, no reparás en nada ni en nadie más. Te toma de la mano y caminan al unísono hacia el centro del salón, rodea tu cintura en un abrazo suave pero firme, te dejás llevar.
Es fácil, sorprendentemente natural y placentero. Un, dos, tres, cuatro… Su aliento roza tu mejilla, huele a champan y perfume caro, el perfume que te gusta y te embriaga.

-Tu me plais beaucoup.
-Je ne parle pas francés… desólé.
-Ta peau… Ta bouche…
-Je ne comprends pas.

No había nada que comprender, de repente habías cruzado la línea, sin darte cuenta, sin oponer resistencia, su mano en tu espalda, una caricia leve, dos cuerpos unidos moviéndose al compás, deslizándose como fantasmas sobre la resina, marcando por inercia el ritmo cadencioso de un tango gris.
Tango.
Noche.
Flotás entre las burbujas del champan, los rostros se desdibujan bajo la penumbra de un farol, poco importan las miradas de los curiosos, nada importa en realidad. Te dejás arrastrar a la deriva, lejos de los bailarines que continúan girando en silencio, bajos los párpados y la boca tiesa.
En la oscuridad te besa y es un beso distinto, apasionado, increíblemente suave y bello. Un tumulto de caricias y susurros, no podés pensar con claridad, su aliento en tu boca como una marejada incontenible, el abrazo cálido, estremecedor, tus manos envolviendo su cuello, rozando apenas sus cabellos… Y a lo lejos, impasible, la voz del Zorzal.

-Meri ¿dónde estabas?
-Fui a tomar aire…
-¿Estás bien?
-Sí, muy bien.

La noche ha terminado, como en los cuentos de princesas. Te alejás despacio, renuente, el peso de la inconciencia latiendo sobre los hombros y aún así, volvés la mirada una vez más. Allí está, al otro lado del salón, inmóvil, observándote en silencio. Su piel tiene el brillo del marfil, sus ojos son calmos como una laguna de aguas verdes, es bella y cálida como una antorcha en la nieve, es hermosa y lo sabe.
Los hombres giran a su alrededor, no los mira, no quiere, no siente. Sólo tiene ojos para vos...
Ella.

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