domingo, 29 de noviembre de 2009

A modo de cuento

Esto es para vos… que cada noche antes de dormir leés silenciosamente todas las tonterías que escribo, que leés porque me querés y te importo… Sabé, pues, que cada vez que escribo para vos es por lo mucho que te quiero y me importás. Touché!
Porque después de tanto tiempo nos animamos a abrir otra vez la puerta, porque no siempre es demasiado tarde… La próxima vez (y creo que la necesitamos) no quiero un café en Tolón. Te invito a caminar bajo la luz del sol o las estrellas, sin incomodidades, sin postergaciones, sin mentiras, sin más dudas.
Como sos buen lector y me conocés bastante bien, vas a entender. Para los demás (mis sinceras disculpas) este embrollo va a resultar sánscrito nivel inicial.

La historia de Semele ya se las conté.
Semele amaba a Júpiter, Júpiter la adoraba. Pero un día Juno –la esposa de Júpiter- los sorprendió en pleno idilio y se armó la gorda. Es que Júpiter será el Capo de los capos pero esa vez Juno lo junó. Muy callada y misteriosa le tendió una trampa a Semele que, como simple mortal enamorada, entró como un caballo (o una yegua, claro).
Júpiter se enfureció con Semele y la pobre murió carbonizada bajo el poder infinito de su rayo.

La Semele de este cuento también amaba a su Júpiter y él a ella, vivían un amor intenso y maravilloso. Pero Juno los descubrió, montó en cólera, pataleó y mintió. Mintió Juno, mintió Semele, mintió Júpiter… pues, digan lo que digan, en las historias de amor abundan las mentiras.
Juno sembró dudas en Semele, dudas de esas que echan raíces bien profundas y duelen hasta las entrañas. Y la escéptica Semele sufrió en silencio intentando desentrañar el misterio, cada tanto encendiendo alguna luz en medio de tanta oscuridad. Las luces que encendió, las guardó muy bien guardadas. Y no dijo nada, aunque a veces le entraban ganas de sacudirle a Júpiter un par de sopapos bien sonoros.
Pasó el tiempo y las cosas parecían acomodarse. Hasta que un día Juno se
enojó más de la cuenta y le exigió a Júpiter saber quién era la tal Semele, pues tan sólo su nombre conocía. Lo amenazó, Júpiter se asustó y Semele, furiosa, no aguantó más. Tanto así que, sin medir las consecuencias, envolvió cuidadosamente todas las dudas y se las revoleó a Juno con la fuerza de un pelotazo.
Juno gritó enloquecida, Júpiter gritó aún más fuerte y desató su rayo contra Semele que, presa de un miedo nuevo, lloró, suplicó y calló lo que no tenía que callar. Juno muy pronto volvió a sonreír y Semele…


No existe el final feliz, ni siquiera en el Olimpo.


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