martes, 17 de noviembre de 2009

Y parimos a Semele...

Las calles de mi barrio están sembradas de caca de perro y pétalos de jacarandá. No se sabe qué es peor. Uno termina desarrollando un sexto sentido para evitar ser víctima de un resbalón tan traicionero como bochornoso.
Pensaba en eso camino a la parada, martillando los tacos sobre el asfalto mojado. Domingo al mediodía, un calor que saca chispas y yo, como una infeliz, disfrazada de vampiro según los cánones que regulan la particular vestimenta del coro. Y eso que a último momento desistí de la pollera de gasa por miedo a que el patrullero me llevara “de paseo” por exhibiciones obscenas en la vía pública.
Negro de la cabeza a los pies con alguna variación que marca la elegancia. Así y todo, parecemos escapados de una secta peligrosa. La nota de color la dan las chalinas de las mujeres, una excentricidad a la que me sigo negando con descaro.
Será de Dios… Si al menos hubiera un lugar decente donde vestirse… Porque en el baño de los inodoros rosas tamaño culo-de-muñeca, que siempre huele mal y está oscuro, una no puede cambiarse ni los zapatos. No sé cómo hará nuestra bella soprano con su vaporoso atuendo de seda aguamarina.
Los hombres, en cambio, no tienen problema. ¿Qué problema pueden tener si ni siquiera usan tampones? Excepto –claro- Alfred que padece en silencio los sofocos de su andropausia. Esta vez elevó un petitorio para desabotonarse el saco y el moño durante las casi tres horas de concierto, so pena de tener que oficiar de espectador.
Nada más difícil que ubicar a cada uno en su lugar (hay lugares “comprados” para aquéllos que pugnan por desafinar al oído del maestro), especialmente a la orquesta con sus instrumentos sobredimensionados, el contrabajo, la espineta, la tiorba… Esta última entra en escena en las grandes ocasiones pero, aunque la tesorera proteste porque el presupuesto es escaso, el maestro S es sordo a tales pequeñeces.
SEMELE fue un éxito sumamente reconfortante. Los solistas ¡impecables! Nuestro Farinelli esquizofrénico se lució como nunca con esos agudos que rajan cristales. Lástima que es tan puto que, si no, me lo como a besos. Igual que a M, el divo que personificó a Somnus y nos adormeció a todos con su voz de terciopelo. Pero M no sé si es o se hace, por las dudas no pregunto y lo beso sin culpa.
Al fin, después de sudar la gota gorda con los melismas del “Endless Pleasure” terminamos en la pizzería de la esquina devorando una especial de anchoas, comentando los entretelones, los pifies y el magnífico FA sobreagudo que la soprano aterrorizada amenazaba con dejar para otro día. Hasta el maestro S lucía una sonrisa pocas veces vista... y no es para menos.

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