martes, 1 de septiembre de 2009

Superhéroe

Cuando paró de llover ya casi era tarde.
Bajé corriendo. Las llaves que desaparecen en el fondo de la cartera y esta humedad que me va a dejar el pelo como un nido de resortes… Podría ser peor, siempre puede ser peor.
El portero me detiene con una sonrisa de oreja a oreja y ese deseo inoportuno de convertirse en confidente… que cómo estoy, que si las cosas van mejor, que si me quedo o si me voy, y la pregunta elocuente, la misma de siempre… “¿Todo bien?” Pero ¿qué es “todo bien”? ¡¡¿qué carajo es “todo bien”?!!
Este portero me recuerda a otro portero, a todos los porteros, pero en especial a ése que, desafiando las fronteras del caradurismo total, se le daba por acotar a modo de despedida: “¿Listo?” ¡¡¡¿Listo qué, infeliz?!!! ¡La pucha, que raza prescindible estos tipos!
Pisar la vereda me cambia la cara, me despeja, pero sólo por un instante. Enfrente, el saloncito de fiestas infantiles rebalsa de niños ruidosos, globos de colores, cientos de globos, y una canción espantosa que no logro identificar.

Los padres depositan a los pequeños monstruos en esa horrible jaula estereotipada a cambio dos o tres horas de paz, un espejismo de paz más parecido a una tregua, y ya no es como antes cuando los amiguitos venían a casa y jugábamos al baile de las sillas, al huevo podrido o a las carreras de embolsados y mamá hacía la torta con voladitos de papel crepé y mirábamos cortos de Disney en el Superocho de Kiyoshi, el tintorero del barrio (para los vecinos, Adolfo) y, algunas veces, venía el payaso Carlitos con sus piruetas y trucos de magia… Sigo sosteniendo que todo tiempo pasado fue mejor. Definitivamente.
La lluvia dejó la vereda pantanosa, llena de hojas amarillas y charcos de agua sucia. Cuántas hojas… ¿pero es que todavía es otoño en esta cuadra?
¡Aaaaayyyyyyyyyy! Fue el castigo divino, ese que decía mamá… $>@&%)=(@%# que lo remilparió!!!
Las hojas mojadas se deslizan como manteca sobre el pan caliente, una trampa mortal para el desatento que pisa sin mirar… O sea, yo.
Fue una caída en cámara lenta, bochornosa, completamente evitable. En segundos yacía despatarrada en la vereda tratando de determinar el cómo y el por qué, sabiéndome el foco de atención de niños, padres y portero.
Y en eso (lo juro por Dios), como una aparición extraterrenal, pegando unos saltitos de lo más cómicos, salió del estacionamiento de al lado ÉL, mi salvador… ¡el Hombre Araña! Sí, sí, sí. El auténtico. O por lo menos, bastante bien disfrazado aunque algo escaso de musculatura y petiso.
Corrió (saltó) hacia mí que seguía sentada en el piso con la boca abierta, restregándome los ojos sin dar crédito a la escena más bizarra que protagonicé en esta vida. Me ayudó a pararme en medio del griterío infernal de los mocosos que alentaban a su héroe.
Al fin de pié, me sacudí las hojas de la campera y saludé a la concurrencia para dar un poco de credibilidad a todo el asunto. Spiderman dijo algo a través de la máscara. No le entendí pero el acento cordobés me hizo retroceder espantada.

“Gracias, flaco. Menos mal que me salvaste. Ahora andá, que te están esperando”.

Y se fue a la fiestita.
Huí sin volver la vista atrás, ni siquiera le pregunté el truquito de la telaraña ni le arranqué la máscara para espiar. En ese momento pensaba “si lo cuento, no me creen… ¡es de fábula!”. Y sí, a veces creo que mi vida la escribe un loco y yo no soy más que un pobre personaje esclavo de sus caprichos.


2 comentarios:

Luciano dijo...

Jajaja. Me alegraste el triste domingo que recién arranca.
Ojalá pudiera contar una de esas pero los hombres no se resbalan, vistessss.
Ah, todo bien?

Menta Ligera dijo...

Voy a escribir un anecdotario de las cosas locas que me pasan. En esta vida hay de todo, sufrimientos, alegrias... me puedo quejar de cualquier cosa, menos de aburrirme jajaja!!