lunes, 11 de enero de 2010

El accidente

Por motivos contractuales no puedo mencionar el nombre de la obra que protagoniza la niña. Sólo diré que, careciendo de argumento, trata sobre el pasado, presente y futuro de tres personajes elegidos al azar que observan sus “otros yo” como quien se mira en una sala tapizada de espejos.
Infancia, adolescencia y adultez. Todo en uno, planos superpuestos. Y después nada. El ojo de una cámara capta imágenes en blanco y negro, imágenes del ayer que los personajes comentan desde el hoy. Mezcla de teatro y cine, la calidad de las escenas filmadas es muy superior a la actuación en vivo, los actores no son actores, hay un niño estrella que es la debilidad del director, y una anciana picarona que toca el piano a un costado del escenario.
Pepo representa la infancia de una señora mayor (Dora), no tiene texto pero sus elocuentes miradas bastan para ganarle la simpatía del público. Le pusieron un vestido verde que odia casi tanto como los zapatos. Se quejó y no logró nada, excepto que le cortaran el flequillo porque se veía demasiado “moderna”.
Para la cuarta función empecé a cabecear en la butaca. Al principio aplaudía a rabiar aunque la obra me parece irritante de tan poca cosa, después me resignaba a esperar que bajaran el telón para ir a cenar. Y esa vez bajaron el telón antes de tiempo, la vieja del piano interrumpió la melodía en un acorde disonante y se hizo un silencio de tumba antes del abucheo de los escasos espectadores. ¡Por fin un poco de acción! ¿Qué habrá pasado?
Pasó que el alter ego de Pepo (la anciana del futuro) se enredó entre las
sogas desparramadas tras bambalinas y cayó de bruces medio desmayada sin que nadie atinara a socorrerla. Pobre vieja... “Se rompió tres costillas”, dijo el director y suspendió la función por esa noche.
Como Pepo no venía, me colé en los camarines tratando de encontrarla. Estaba acurrucada en el piso y lloraba a moco tendido.

-¿Qué pasa? No me asustes…
-¡Yo no la maté!
-¿A quién mataste?
-A Dora... ¡Pero yo no le hice nada!
-Dora está bien. Bueno… se la llevó la ambulancia, pero va a estar bien.
-Dijo que yo le puse el pié… hip... hip… ¡pero es mentira!
-¡¡¡¡¿Cómo?!!!!
-Yo no le puse el pié… hip… se cayó sola.
-Ay, Dios…
-¿Qué…? ¿Vos tampoco me creés?
-Claro que te creo. Vamos, lavate la cara, salgamos de acá.

Caminamos bajo la luz de las marquesinas en dirección al obelisco, ella con el vestido verde que no había querido cambiarse.

-Y ahora que Dora no está en la obra, ¿quién va a decir su parte?
-Yo.
-¿Cómo?
-Sí, me lo dijo el director.
-¡Pepo! ¿Le pusiste el pié para tener texto?

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