lunes, 25 de enero de 2010

Las cosas por su nombre

No soy, lo que se dice, “cariñosa”. No todo el tiempo. O quizá sí, pero me empeño en disimularlo, de hecho hago grandes esfuerzos para que no se note cuando algo (alguien) me importa demasiado.
La onda es no encariñarse y para eso hay que abstenerse de ponerle nombre a las cosas, título, apodo, lo que sea, nada de nombres, nada de bautizar, uno no puede andar por la vida forjando destinos ni creando lazos indestructibles así como así por muy grande que sea la tentación.
Hay hijos que reciben al nacer el nombre del padre o del abuelo. No los nombran… los “renombran” con nombre repetido como forma de perpetuar una esencia que se va perdiendo en el tiempo. En cambio, el nombre debe ser único y ha de corresponderse con quien lo recibe, dejarse adivinar a través de la mirada o la sonrisa, el nombre “es” la persona y la
persona “es” el nombre. “NOMEN EST NUMEN” (nombrar es conocer) y cuando uno NOMBRA consolida el afecto y “humaniza”, si acaso se tratara de un objeto.
Por eso mi perro se llama Tango y mi guitarra favorita, Medea. El aloe que atesoro en el balcón recibió el nombre de Berenice, mis diarios íntimos conforman la estirpe de Cronos I, Cronos II… y así. Tenía un llavero de acrílico, de esos para poner la foto carnet, que bauticé Gus en la época en que mo-rí-a por el rubio carilindo de Tremendo y una mascota virtual, la ovejita que correteaba incansable por la pantalla de la compu, que se llamó Maya.
Y así uno se encariña… Muñecas, plantas, diarios, mascotas virtuales y también hijos, mis hijos por gestar. No recuerdo cuándo pero supongo que desde siempre…
PALOMA. Antes de convertirme en mujer, mucho antes de imaginar al padre y la panza, muchísimo antes de ser proyecto. Curiosamente ninguna de mis muñecas se llamó así, probablemente porque se hubiera roto la magia y PALOMA habría dejado de ser SUEÑO para convertirse en otro nombre del montón. Es que todo lo demás es circunstancial, todo menos el nombre.