lunes, 14 de enero de 2008

La pecera del horror

Ha habido un asesinato. Tres, por lo menos. Y todo ocurrió de la forma más misteriosa.

La tele quedó encendida toda la noche en canal Utilísima y minutos antes de las siete me despertó una señora que explicaba cómo convertir un sifón, varios metros de cable y un artilugio de “cositas” eléctricas en una espantosa lámpara para el cuarto de los niños. Desistí y cambié al “noticioso” sólo para saber a qué temperatura arranca el infierno de hoy.
La rutina de lunes me tira abajo pero sigo adelante, una mano le pide permiso a la otra y a regañadientes, sin prisa pero sin pausa, voy cumpliendo las etapas previas al gran momento del desayuno que en estos días se ve reducido a galletitas de salvado con Casancrem.
Al cabo de una hora, peinada y perfumada, bajé a la realidad y vi a Nemesio desensillando sus enseres sobre la mesa del patio. “Buen día. ¿Le falta algo hoy?” “Hola, señora. Y io no sé… vamo' a ver cómo estamo' de cal…” Me desespera que le fallen los cálculos y se quede corto con los materiales y yo tener que rezar un rosario completo cada vez que pido al corralón más cascote partido y escuchar que “la entrega es dentro de las 48 horas” pero yo lo necesito ya, mi albañil es re-capo pero hace mal las cuentas y a este ritmo no termina más la pileta… ¡Guaaaaa!
En fin, les di de comer al perro y a la gata que para variar me miran con ojos famélicos como si hubieran ayunado una semana entera y se olvidan que ayer se empacharon de helado y atún, respectivamente. Puse el agua para el mate, prendí la radio y como al pasar vi, pegado en la puerta de la heladera, un cartelito que decía “El alimento de los peces está en el lavadero”. Y sólo entonces tomé conciencia que había olvidado alimentarlos al menos los últimos cinco días. No quise ni mirar la pecera. ¿Estarían muertos? Pero no, había movimiento, todo parecía seguir igual.
Me acerqué despacito, los conté… No me acuerdo cuántos eran pero sí, creo que estaban todos. ¡Ay no! De los hermanitos barrefondo que andaban siempre pegados uno contra otro como sombras, sólo vi uno. No entiendo… ¿Y el otro? Y faltaba ese naranja hermoso, el de la cola como de seda que parecía que bailaba entre los caracoles.
Por un momento me paralicé sin dar crédito a lo que vi o creí ver. La casa estaba en silencio, sólo se escuchaba el burbujeo continuo de la pecera. Un “algo” blanco e informe se desplazaba lentamente entre las algas artificiales, de pronto golpeó contra el vidrio y continuó su rumbo incierto hacia el aireador. Un fantasma… El fantasma ¡del pececito naranja! Todavía incrédula vi pasar el cráneo y el espinazo incompleto y es increíble cómo aún después de muerto conservaba ese movimiento elegante y sinuoso que tanto me gustaba. Se lo comieron. Y es mi culpa por negarles el alimento balanceado, no sé qué voy a hacer ahora.
A Polito lo descuartizaron hace unos días, le mordieron las aletas con saña y, cuando estuvo suficientemente débil, lo remataron y encontramos parte del cuerpo flotando en la superficie. Fue desgarrador, pero entonces no podíamos señalar un culpable.
A punto de sucumbir ante la desesperación, agarré la red-colador y saqué el esqueleto del agua. Tenía restos de carne colgando ¡puaj! Sin dudar, lo tiré al inodoro y justo cuando estaba por tapar la pecera lo vi… el cangrejo arrastrando entre sus pinzas una masa blancuzca, a juzgar por las evidencias ¡el cadáver del barrefondo que faltaba! Sí, señor. Lo llevó a su cueva, le arrancó los ojos y ahí estaba meta escarbar y me entró un miedo que preferí no mirar ni saber pero… la curiosidad pudo más. Es el cangrejo asesino, tan chiquito, deforme como Quasimodo y más malo que un tiranosaurio.
Golpeé el vidrio para distraerlo pero seguía sin soltar la presa. Hasta que finalmente terminó de faenarlo y los despojos quedaron sepultados entre las piedras.
No obstante, sin salir de mi asombro, les di de comer su alimento acostumbrado y lo hice maquinalmente, como quien no logra asimilar lo sucedido, y ellos como si nada, el cangrejo en especial corría desaforado detrás de las escamitas que caían como una lluvia de copos sobre su caparazón.
¿Es ésta la verdadera “selección natural”, la supervivencia del más fuerte? ¿O es sencillamente el producto de mi estúpida negligencia? No puedo evitar sentir miedo y culpa…
Me pregunto cuánto puede crecer un cangrejo…

4 comentarios:

Luciano dijo...

Pero como llegó ese cangreo ahí? De qué especie es? No lo podes separar con una malla metalica y que se curta bien curtido>?

Menta Ligera dijo...

El cangrejo del demonio vino de regalo con la ultima compra millonaria de pececitos y afines. De regalo porque estaba fallado, le faltaba una tenaza y le tuvimos lastima. Y de inocente e indefenso se convirtio en una bestia asesina que esta acabando con nuestro acuario. Voy a hacer eso, lo voy a aislar, aunque es capaz de cortar la malla y escapar tal vez a la heladera... Me esta empezando a preocupar.

Luciano dijo...

Sabes que, compra un colador grande es esos para matecocidos de olla popular y mandalo ahí abajo.
O criá cangrejos nomás.

Menta Ligera dijo...

¡Tenes razon!