domingo, 6 de enero de 2008

Tu Tic

Él tiene un tic que me enternece. Esa cosa de cerrar los párpados con fuerza, los dos juntos, como Julian Weich cantando “los sapitos hacen hmm ahh hmm ahh…” pero sin cantar ni parecer epiléptico… Lo hace cuando está nervioso o cansado, o todo al mismo tiempo, y si los ánimos están por demás alterados el tic se torna incontrolable. Entonces me gusta besarlo suavecito entre los ojos y ver cómo de a poco se le va pasando.
Hay tics simpáticos, este es uno de ellos a mi modo de ver. Pero los hay no tan agradables, esos que no es posible disimular, que te catapultan al bochorno en viaje sin retorno. Como el señor de la casa de cambio, el flaco larguirucho del box número seis que cuenta los billetes a la velocidad de la luz y cada mil pesos da vuelta la cabeza sobre el hombro izquierdo en ángulo de 45 grados, con un movimiento espástico, casi violento, mientras la boca se le hace a un lado y el ojo derecho se le pone blanco y redondo como pelota de ping pong. Suponiendo que contara billetes sin parar durante una hora, a razón de doce mil pesos por minuto, el tic se le repetiría setecientas veinte veces. Y si contara plata cuatro horas al día, serían dos mil ochocientas ochenta repeticiones. Teniendo en cuenta que en total utiliza una hora para descansar, comer, respirar y estirar las piernas, dos horas y media para fumar compulsivamente en el baño, una hora para tomar café negro bien cargado y manguear cigarrillos extra y la restante media hora para intercambiar chismes y criticar al chino del box número nueve que simula no entender el idioma pero habla hasta guaraní y dice “boúdo”… entonces, pobre tipo, cualquiera diría que con semejante stress no ha de quedarle mucho tiempo. Me pregunto cómo sería si muriera en pleno tic, con la cabeza eternizada en una pose estrambótica y el ojo salido de su órbita, si fuera demasiado tarde para acomodarlo y entonces todos lo recordaran como “el del tic”.
Hay tics voluntarios e involuntarios. Yo tengo de los dos: me sueno los dedos de las manos, los nudillos y las falanges y, si la ocasión lo vale, también el dedo gordo del pie que suena más seco. Esto es bastante controlable, en verdad puedo evitar hacerlo y cuando no aguanto más me sueno un dedo disimuladamente y sigo como si nada. Hasta que estoy suficientemente nerviosa y se me traba la lengua, eso sí no lo puedo controlar. No sucede a menudo, sólo cuando estoy al borde del attack y es como si me paralizara durante una fracción de segundo, después todo vuelve a la normalidad pero en ese lapso estoy literalmente desconectada. Afortunadamente pocos lo han notado, pero me reconozco tan freak como el señor cuentabilletes, aunque no me da tan seguido.
Una vez viajé en el subte con un señor de aspecto sumamente pulcro, bien vestido, muy serio y tan almidonado que parecía un maniquí andante. Rengueaba apoyándose en un bastón. Se apresuraron a cederle el asiento pero no aceptó, hasta que una gorda metida e insistente empezó a gritar a los cuatro vientos que el señor del bastón no podía viajar parado. Para qué… El señor enrojeció, frunció el ceño y se sentó sin pronunciar palabra justo enfrente de la gorda que ahora sonreía con autosuficiencia. Hasta que segundos más tarde la sonrisa se le borraba como por encanto y gritaba sorprendida, arrepentida, furiosa, masajeándose la rodilla con esmero. El señor del bastón le había pegado tremenda patada, claro que sin intención, pero patada al fin. Pero no era más que un tic, cuando se sentaba la pierna cobraba vida propia y sacudía puntapiés a diestra y siniestra sin él poder controlarlo. Semejante toletole armó la gorda que el señor, olvidándose del bastón, saltó del subte en la siguiente parada huyendo de improperios y amenazas de dejarlo rengo de la otra pierna.
Me causan gracia los que guiñan un ojo. Siempre quedan marcados como desubicados, jeropas,
mirones, y cuánto más los observan más nerviosos se ponen y más rápido se vuelve el parpadeo a punto tal que parece que el ojo echara a volar en cualquier momento. Peor los que mueven la mandíbula como si se les hubiera falseado el eje, parece que te quisieran morder. Y los que caminan a saltitos y los que “escupen” groserías sin parar y los que silban todo el tiempo y los que tienen muletillas y los que se tocan permanentemente el pelo y… y… ¡hic! Ay Dios… Me dio hipo. ¿El hipo es un tic…?

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