lunes, 16 de junio de 2008

Desencuentro

No hay mejor manera de inaugurar el feriado que bajar a tientas la escalera arrastrando los pies somnolientos, desencajando la mandíbula en un último y prolongado bostezo y sin previo aviso sumergir la media de toalla en el vómito del perro, mezcla heterogénea de huesos, Eukanuba y medialunas de manteca a medio digerir, que el inocente ha plasmado para tu exclusivo disgusto en el medio de la cocina. “Es mi culpa”, repito sin cesar recordando que anoche me empeñé en que durmiera adentro porque hacía un frío espantoso y el perrito temblaba y, pese a sus cuarenta kilos de amor y pelos, para mí es y será siempre un bebé.
No importa, hay cosas peores que no se pueden limpiar con un trapo.
Todo mal, rigurosamente mal.
El dueño de mi corazón se recluyó en la tierra donde hasta las parabólicas duermen la siesta, no da señales de vida y todo es tan confuso que me angustia irracionalmente. Incomunicados. En plena era tecnológica no me vendría mal un cursito acelerado de señales de humo o tal vez podría pedir prestada la lechuza de Harry Potter a falta de email.
Mensajes sin respuesta, muchos… no sé si quiere y no puede o definitivamente no quiere.
Yo sólo sé que no soy la misma cuando él no está.

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