lunes, 2 de junio de 2008

Soy tu fan – Capítulo III

Ralph

Los pasillos del Seminario, habitualmente silenciosos, eran un mar de gente. Los chicos jugaban a la mancha venenosa escondiéndose debajo de las mesas, los mayores parloteaban con la boca llena y el cura estaba rojo como una sandía pero no le aflojaba al tinto.
Salí a tomar aire al jardín. Marisa R pasó a mi lado como una tromba, me estampó un beso hueco y sonoro que casi me deja la cabeza hecha un trompo y siguió de largo como si la persiguiera la Montada. Estaban los de siempre… La Parroquia genera esa sensación de pertenencia, se apropia hasta de los rasgos de los feligreses, de sus hábitos, su charla, sus olores… es como un circuito cerrado con identidad propia.
Me alejé un poco, lo suficiente para ahogar el bullicio y respirar. Sonaron unos pasos a mis espaldas, no me volví pero atisbé la imagen reflejada sobre el amplio ventanal y la emoción me dejó sin aliento. Fueron sólo dos segundos. Respiré hondo, giré sobre mis talones y clavé la mirada en esos ojos que, sin ser bellos, poseen la frágil transparencia de las aguamarinas.

-Yo… yo… soy tu… tu admirado-do-ra… desde siempre.

Se quedó de piedra. Debí considerar que tamaña franqueza apabullaría a una momia inca pero, aunque sorprendido, esbozó una sonrisa cómplice y dijo:

-Nunca imaginé tener una admiradora tan joven y linda… ¿Cuánto es “desde siempre”?
-Esteeee… mucho. Bah, desde que tengo memoria…


De a poco fui bajando a la tierra. Ralph era inteligente y sagaz, un tipo brillante. Charlamos un rato largo, quiso saber de mí, hizo muchas preguntas y no parecía estar apurado. Se ve que le caí bien porque me invitó a conocer el órgano y elegir la música que tocaría para mí. Maravillada es poco… Quedé flotando en la nube de Valencia contando los días que faltaban para el próximo sábado cuando, al anochecer, comenzaran a desfilar las novias una tras otra y yo en lo alto, muy cerca del paraíso, me deleitara escuchando el canto espléndido del órgano.

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