domingo, 20 de abril de 2008

Arákhne

El sol desaparecía lentamente tras el follaje espeso de los robles.
Campo.
Silencio. Soledad.
Me deshice en un largo suspiro con el último beso de despedida, sumida en la somnolencia que provoca el asado de domingo en familia, cuando todo es tan rico y tentador y la charla, de tan amena, se torna inagotable.
Subí, bajé, entré, salí y dejé constancia de los acontecimientos recientes en mi diario, el que escribo de puño y letra desde la más temprana adolescencia.
Nada interesante en la tele y, si faltara un agravante para terminar de descomponer mi dichosa existencia, podría mencionar que se rompió el módem y Telefónica “está atendiendo su reclamo”. De esto último hace ya un par de días…
Dudando entre alimentar el blog o al perro que me mira con ojos tristes como si hubiera ayunado toda la semana, olvidando que hizo astillas los numerosos huesos que misteriosamente cayeron de la mesa a sus fauces, en fin… preparé unos ricos mates y “ta-te-ti”, opté por el celular. Pero si hay algo que me descajeta por completo es no obtener respuesta a mis mensajes, más si se trata de esos especialmente redactados para ese alguien especial que no se especializa en responderlos.
Y fue entonces cuando la vi. Negra como la noche, pavorosamente negra… Quizás fuera su
sombra sobre las baldosas marfileñas, o mi natural aversión a todo aquello que camine en más de cuatro patas… Sentí cómo la sangre bajaba a mis pies, el pánico golpeando como una tempestad. Cuánto tiempo habrá estado ahí, observándome, no lo sé, no quise saber, sólo imaginarlo me erizó los pelos la nuca. Ahogué el grito. No podía despegar la vista de la horrorosa forma despatarrada que, conciente de mi presencia, sabiéndome enemiga, se irguió en posición de ataque y me miró de frente.
Soy una mujer fuerte, detesto lagrimear por nimiedades, le pongo el pecho a la vida… Pero las arañas me dan pavura, son mi peor pesadilla, el objeto de mis miedos más primitivos. Me pregunto cuál será el origen de esta fobia y temo averiguarlo.
Permaneció inmóvil. La miré, me miró. El insecticida estaba en el lavadero, justo del otro lado… Recorrí mentalmente el arsenal de productos pesados a los cuales recurrir en caso de urgencia: la maceta del potus, el florero chino, la butaca del piano… y, tras fatigosa deliberación, ganó el Atlas Clarín y, como no hay que descartar nada en estos casos, empuñé el atizador dispuesta a vender cara mi piel. Aún así faltaba el químico paralizante, o al menos estupidizante, que me diera los segundos necesarios para asestarle el golpe de gracia. No había tiempo que perder. Corrí al baño de arriba, era cuestión de decidir entre el talco, la espuma de afeitar o el desodorante. Y ganó el Axe Conviction, qué apropiado…
Apunté desde lejos, cerré los ojos y apreté el gatillo con decisión. Vacié todo el aerosol sobre el monstruo peludo que empezó a corretear como el rayo, veloz y sin rumbo por la cocina. Sólo cuando la atmósfera se tornó irrespirablemente masculina, la bestia detuvo su enloquecida carrera, se arqueó con rabia y fue entonces el momento propicio para aplastarla bajo el libraco. Grité muy fuerte esta vez, un alarido histérico, mezcla de asco y horror. Temblaba. Me pareció que el libro se movía y, sin pensarlo, pegué un saltó y lo pisoteé con todo el entusiasmo sin dejar de vociferar.
Al cabo de unos segundos logré bajar los decibeles y pensar con lucidez. La araña estaba muerta,
no podía ser de otro modo. No obstante, decidí no manipular la escena del crimen, que alguien más lo hciera… Alguien aguerrido que no tema a los arácnidos, que me muestre “a distancia prudencial” el cadáver de mi obsesión.
Diosssss… Esto me pasa por ingrata, por andar pregonando que la vida de campo carece de emociones. Y vaya emoción que ligué esta noche… Quizá un whisky sin hielo me devuelva el alma al cuerpo, de un trago, a lo macho. Mejor que sean dos.

3 comentarios:

Luciano dijo...

Otro por acá. A vos se te permite gritar pero yo no puedo por contrato y las arañas me pueden.
Que quede entre nosotros, eh.

Menta Ligera dijo...

¿Por contrato matrimonial? ¿O solo por pertenecer al sexo fuerte? Hasta donde yo se, este ejemplar paton y peludo le hubiera crispado los nervios a Samson. A pesar de haber gritado y temblado y todo eso, me siento muy pero muy valiente porque yo solita pude contra el monstruo de ocho patas.

Luciano dijo...

Contrato de masculinidad masculina (suena a femenino, que se escribe con "o" y así no terminamos más con las contradicciones)
No me subo a una silla pero quedo mevio inmovilizado antes la presencia de arañas de ese tipo.
Pueblan mis pesadillas.
Bien ahí, valiente.