jueves, 24 de abril de 2008

Terror en la oscuridad

Ahora me da miedo salir de noche…
Será que antes caminar por las calles desoladas del coquetón y exclusivo Sorete Country Club era un poco revivir esa dosis de libertad sin límites que este siglo de violencia e inseguridad nos arrebató de un plumazo, casi como ser niña otra vez y dar vueltas y vueltas con la bici, sin miedo, sin más precaución que mantener el equilibrio mientras el viento te sopla la cara y los teros chillan alrededor.
Sólo que últimamente, quizá porque oscurece más temprano y la noche se pone silenciosa, o estoy más atenta a la oscuridad y al silencio, o ¡pucha! que de verdad está oscuro y no hay un alma que me ampare mientras camino a tientas bajo los sauces, el celular apretado en la mano, “por favor, hablame hasta que llego a casa… no me dejes sola…”, una sombra que cruza veloz a escasa distancia y se esconde entre los ligustros, ruido de ramas rotas, algo que trepa, algo con garras que rascan la corteza de un tronco robusto, algo con ojos redondos y brillantes, enmarcados por un… ¿antifaz?
El “algo” se queda quieto. Me está observando. Y a mí se me congela el estómago porque no es un
gato, ni una liebre, ni un cuis gigante, ni un monito escapado del zoológico. ¡Es una comadreja! Sí, señor. Y bien grandota. Una súper comadreja con dientes afilados y las uñas más largas que vi en mi vida.
No sé si correr o dar marcha atrás despacio, sin quitarle los ojos de encima. ¿Será más veloz que yo? Dicen que transmiten la rabia… Pienso en la mordida y se me pone la piel de pollo. Y esos ojos malignos que me miran fijo…
Entre la tarántula del otro día y ahora este engendro con garras y antifaz… ¡¿quién puede estar tranquilo?! Y eso que olvidé mencionar a la chinche monstruosa que caminaba por el plato del perro, chata y verdosa, grande como la palma de mi mano, con un caparazón duro de aspecto prehistórico. Y la culebra que quedó atrapada en el filtro de la pileta y hubo que desenroscarla y lanzarla por los aires, evitando el roce frío y gelatinoso de su magra animalidad. Y la iguana que
se pasea por el fondo de casa cuando el calor taladra la cabeza… Pensar que H le pone huevos frescos a modo de carnada y el saurio, que la tiene muy clara, hace un agujerito, chupetea el contenido y abandona las cáscaras vacías sabiendo que siempre encontrará alimento gratis. Ah… y el cangrejo. Pero ese por lo menos no sale de la pecera, aunque sigue haciendo estragos con total impunidad.
No sé qué va a ser de mí... Por lo pronto he comprado una linterna bien potente que llevo en la mochila cada vez que salgo tarde. Pero está claro que no puedo andar armada, qué va a pensar la gente si me ven oteando en la oscuridad con ojos agrandados por el pánico, empuñando en alto el palo de amasar…
¿Fumigar? No, qué va… Pregúntenle a los tábanos que vuelan extasiados degustando los vapores de un veneno que les perfuma las alas. Cuanto más fumigan, más bichos hay. Como si el ecosistema entero desarrollara una suerte de inmunidad.
No hay nada qué hacer. No estamos solos... y ellos son más.
Trepan, reptan, vuelan, saltan y mueven sus innumerables patas peludas dentro de los límites del cerco perimetral. ¡Y no pagan expensas!

4 comentarios:

maga dijo...

Estas buscando excusas para mudarte cuando el problema verdadero es otro, no los bichos. Te lo digo con cariño...

Luciano dijo...

Excelente relato,cuantas veces quise decir esto.
Te lo cambio.

Menta Ligera dijo...

Maga,
No son excusas, pero si... Me quiero mudar y el verdadero motivo no es la fauna local. Menos mal que es con cariño...

Luciano,
Viniendo de Ud, es un halago que me deja muda, y esto es mucho decir.

Luciano dijo...

Para mi que después vas a extrañar el monte y esos bichos mamíferos y reptiles encrespados. Pero eso no está mal, eh.
Muda vos, ja.