viernes, 18 de abril de 2008

Si hace frío y llueve…

“No hagas hoy lo que puedes dejar para mañana…”


Me negué de todas las formas posibles. Pasé a su lado infinidad de veces abriendo y cerrando puertas, mirando sin ver, aumentando la confusión sin medir las consecuencias, ahogando el remordimiento, postergando lo inevitable, soñando que alguien más lo haría por mí. Hasta que fue demasiado tarde.
“Una desgracia con suerte” hubiera dicho la tía Marga. La gata maullando desesperada desde el fondo del ropero -y yo me pregunto para qué se metió- literalmente sepultada bajo media tonelada de camperas, bufandas y pantuflas, intentando sobrevivir al alud de perchas que se desplomaron sobre su cabeza cuando menos lo esperaba. La rescaté del desastre como pude. “¡Si no fuera por tu culpa ahora no tendría que ordenar el placard!” Pobre… me miraba llorosa mientras la sacudía en el aire con bronca y, una vez en libertad, se fue corriendo con la cola erguida sin ocultar el resentimiento.
Quedé sola en medio de la batahola y, con resignación, empecé a vaciar estantes y cajones a los manotazos limpios, refunfuñando con esa sabiduría de compradora compulsiva: “Tanta pilcha inútil y no tengo qué ponerme”.
Pero a veces la vida nos da sorpresas o será que una es experta en el enigmático arte de la ocultación y el camuflaje, tan experta que olvida dónde guarda las cosas y entonces el hallazgo se transforma en la recompensa soñada. Porque no todos los días te encontrás un fajo de verdes adentro de las alpargatas que no usás desde la adolescencia pero guardás como un tesoro y te negás a tirarlas, hacés la vista gorda a las hilachas, los agujeros y las manchas de lavandina y siguen ahí oliendo a trapo viejo, a recital de Madonna en River, a verano del 90 en Pinamar, a tarde de lluvia y alfajores de maizena frente al Pizzurno, protestando ya no sabés por qué. Un fajito abultado que no está nada pero nada mal. Y entonces ordenar el placard te parece la cosa más interesante del mundo, escala posiciones en tu lista de preferencias, porque uno nunca sabe… Y revisás todos y cada uno de los bolsillos, adentro de las zapatillas y ¿no habrá quedado un vuelto entre las bombachas…? Pero es hora de conformarse, no hay que tentar a la suerte.
Al cabo de dos horas de intensa labor tenés el placard prácticamente vacío, una pila de ropa vieja a la que mirás con esa mezcla de fastidio y nostalgia y la necesidad imperiosa de correr al shopping a comprar de todo. Esto es lo que yo llamo “proceso de retroalimentación”.

3 comentarios:

Luciano dijo...

Me vas a volver loco, 500 post en 5 minutos!

Luciano dijo...

ja, muy buena, así da gusto retroalimentar el circuito.
Una vez encontré 50 euros en un libro, que alegría.

Menta Ligera dijo...

Viste? Me puse al dia apenas el modem dejo de titilar. Soy internet-adicta, lo reconozco y no me averguenza. Hay cosas peores.
Lo que olvide de mencionar es que vendi toda mi ropa vieja a una feria americana y me pagaron bien. O sea que la limpieza de placard termina siendo un negocio redondo.