martes, 15 de abril de 2008

Le grand "petit hotel" - Parte I

Resulta que nos queremos mudar. Basta de tanta vida verde encerrados en una burbuja de lujo que, por más que te la quieran vender de sana y segura, es lisa y llanamente ¡un puterío! Se acabó, se fini, caput.
Quiero ser libre otra vez, libre como el viento, que el guardia de seguridad no sepa si me estoy bañando, si se me quemó el bizcochuelo o si resbalé por la escalera mientras pasaba el lampazo. Porque la vida de country arrasa con la privacidad, todos saben todo de todos y la moda es tejer historias entreveradas que corren de boca en boca como un teléfono roto mal intencionado, hasta que la “verdad” distorsionada sin ton ni son trasciende los límites del anonimato y golpea con la fuerza de un tsunami.
Pero no es tan fácil la cosa. Llevamos días, semanas, buscando un lugar decente dónde vivir y nada. Lo bueno es caro y lo malo, también. Y lo barato sale caro y todo eso… Te dicen “en excelente estado” y pensás con incredulidad si alguna vez lo estuvo. Peor si está “reciclado a nuevo”, la lavada de cara no engaña ni a Blancanieves y sin embargo cotiza en bolsa porque es fashion reciclar, hasta los colchones apolillados de los ocupas despiertan pasión en los amantes del bricolage que en algo los van a transformar, algo que denominarán “retro”, ergo costará una fortuna.
Yo prefiero esas casas que “conservan el estilo original”, aún cuando al arquitecto demente se le haya ocurrido construir un baño en tonos impensables, incluyendo inodoro rosa y azulejos con florcitas, todo en composé. Y si la propiedad lleva sobre sus espaldas el peso de un siglo, mejor, mucho mejor. Rescatar lo viejo y darle vida y brillo otra vez, que no es lo mismo que reciclar, no, señor. Ahhhh… el olor de la pinotea recién lustrada, quitar el barniz de las molduras con pincelitos de alambre, despacito sin rayar la madera, revelando las vetas, el color original, el talento del artista.
Pero como quien no quiere la cosa, de la noche a la mañana apareció la gran oportunidad. H se salía de la vaina haciendo conjeturas, intentando convencerme de lo que además parecía un interesante negocio.
En una de las esquinas más cotizadas del barrio en que nací, se eleva un imponente petit hotel que supo ver tiempos mejores y hasta no hace mucho fue hogar clandestino de una banda de inmigrantes multirracial que fue desalojada a escopetazos por unos cuantos mafiosos a sueldo, intentaron regresar pero otra vez sus huestes fueron dispersadas sin misericordia. La dueña, una gallega de edad incalculable, decidió finalmente deshacerse del monumento histórico y aquí es donde estuvo a punto de cambiar mi vida.

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