domingo, 6 de julio de 2008

La fiesta de la corvina negra - Parte II

H: Vamos a San Clemente.
M: ¿Para qué?
H: Compré una caña para pescar en el mar, de costa.
M: ¿Y qué vas a pescar? Si no sale nada…
H: Qué mala onda que tenés.

El sábado más destemplado de aquel año prometedor, nos apeamos en la ciudad de San
Clemente, mate en mano, reposeras, heladerita portátil y un complicado artilugio de señuelos y plomadas que, según el vendedor experto, serían suficientes para pescar un tiburón adolescente.
Sin perder un segundo corrimos a la playa que, misteriosamente, estaba poblada de cientos de pescadores con sus respectivas familias, mates, reposeras y heladeritas.
“Gran Fiesta de la Corvina Negra”, anunciaban los carteles y había que anotarse para participar del torneo que ganaría quien cobrara la pieza más grande.
Decidimos hacer rancho aparte, fieles a nuestra costumbre de evadir las multitudes y los concursos.
No pescamos nada, pero nada de nada y, hasta donde pudimos ver, no había ni media
anchoíta. Pese al aprovisionamiento generoso de bufanda, guantes y campera térmica, pasé el peor día de frío de la historia con ese viento indomable que te pega en la nuca sin cesar, la arena que se mete en los lugares más insospechados y el mar encrespado, tan inapropiado para un día de pesca. No sé qué estaba pensando H cuando compró la dichosa caña.
A la noche salimos a pasear. En la plaza se organizó una feria de artículos regionales y había empanadas y choripanes para mitigar la espera hasta que diera comienzo la Fiesta.
Con cierta expectativa nos sumamos al público que rodeaba el improvisado escenario decorado con motivos marinos. El locutor se aclaró la garganta y anunció el desfile de las candidatas a “Reina de la Corvina Negra”. Dios mío… El circo de los monstruos no me hubiera avergonzado más. Pobres chicas, muertas de frío en traje de baño, mostrando sus magros atributos para alcanzar el ambicionado título que más que un premio es un bochorno. En fin, ganó la hija del intendente.
Y entonces se nos paró el corazón porque la cosa no terminaba allí. Iban a entregar los premios a los ganadores del torneo, ergo alguien había pescado “algo”. Y sí, el primer premio, un auto cero kilómetro (aquí dejé de respirar con normalidad) para el pescador de una insignificante rayita del tamaño de mi mano y el segundo premio, dos entradas para Mundo Marino, para un gordo que después de un día de viento, frío y hambre, logró arrebatarle al mar un cangrejo bebé. La mierda… ¡nos hubiéramos anotado!
Hubo aplausos, risas, agradecimientos y el anuncio, al parecer, muy esperado por todos los concurrentes.

“Señoras y señooooores… para coronar esta tradicionaaaaal Fiesta de la Corvina Negra, no podía faltarrrrr la presencia del másssss grande, ídolo de taaaantas generacionessss, el de la voz siempre joven que cada día canta mejorrrrr… Con ustedes ¡Sergio Deniiiiiiis!”

Y así, sin tregua, apareció el rubio arremangándose el saco, acomodando el cabello con ese gesto tan suyo, sonriendo a la multitud de señoras gritonas que saltaban a los pies del escenario intentando captar un segundo de su codiciada atención.
Las melodías de siempre que, de tanto escucharlas, las he aprendido de memoria y casi a desgano me muevo siguiendo el compás. Después de todo, no estuvo tan mal. Ni siquiera cuando se largó a llover y nos tapamos la cabeza con las sillas de plástico, a modo de toldo improvisado. El cincuentón seguía cantando a voz en cuello y corría entre los cables a riesgo de caer electrocutado.
La Fiesta de la Corvina Negra… Un poco de todo. Inolvidable. Ahora, cada vez que paso por la pescadería me acuerdo de Sergio Denis…

2 comentarios:

Il Capo dijo...

Menta:
Mira que has pasado cosas con H.; y para cuando te preguntas que estas haciendo con el , aca tenes ejemplos;"la vida esta hecha de momentos" y lo mas fuerte es cuando hay toda una historia.......

Menta Ligera dijo...

Il Capo
Si, pasamos muchas cosas, buenas y malas... Pero la vida te cambia en muchos sentidos y un dia empezas a mirar distinto. Los recuerdos siempre estan, los "momentos" son imborrables, son la historia de cada uno.