domingo, 27 de julio de 2008

La mia vita mi piace da morire

Quién hubiera dicho que después de tanta pestaña quemada, una inversión millonaria en libros que no he vuelto a abrir, noches de insomnio repitiendo códigos insensatos y un bonito título que se llena de polvo sobre mi cabeza… terminaría oficiando de secretaria, mucama y enfermera sin goce de sueldo, por amor al arte, porque es parte del juego, porque así son las cosas, porque me lo busqué o lo acepté o lo merezco.
Y no es que me queje… Porque hay cosas que una hace con el corazón y no debe exigir nada a cambio. Pero tampoco es cuestión de pasarse de la raya.

“Menta… ¿me ayudás con esto? ¿Ves cómo te necesito, mi vida?”
“Meri… ¿qué comemos hoy?”
“Acariciame la espalda que me encanta. Más, más…”
“Meri, ¿me planchaste la camisa gris? No la encuentro…”
“Mi amor, exprimí vos el limón así no me queda olor en la mano.”


Y mejor no sigo porque últimamente estoy para el cachetazo… Por momentos me siento parte de un ritual, aunque sin velas, donde para variar soy la que organiza, la que cada tanto propone y siempre dispone, como si el orden de este disparatado universo dependiera exclusivamente de mi vocación de servicio.
Para colmo, desde que H se engripó, un cúmulo de tareas extra cayó de pronto sobre mis hombros, desde el jardinero que me acosa con cuestionamientos trascendentales sobre la ventaja de plantar violetas de los Alpes en lugar de las begonias que tanto me gustan, la gata que me arañó de arriba abajo cuando intenté hacerle tragar por la fuerza y sin ayuda el antiparasitario de rigor y pequeñeces tales como limpiar la pileta, juntar la caca del perro y atender los sabios consejos de mi suegra sobre cómo combatir la fiebre y los mocos. Cómo si a esta altura no lo supiera…
Sin mencionar que desde hace un par de días, desayuno-almuerzo-merienda-y-cena se sirven en la cama, ergo hago incontables viajes por la escalera yendo y viniendo con mi preciosa bandeja de bambú bien provista de cosas ricas que el enfermo agradece pero apenas prueba.
En fin, las mujeres estamos un poco para eso y en el fondo me gusta poder con todo, saberme fuerte e inspirar seguridad. Es como un don, esa cosa maternal de querer cuidar al otro por el simple deleite de hacerlo sentir bien, como si se tratara de un deber innato que no se puede eludir. O será que yo lo entiendo así y por eso no me quejo.
De algún modo me hace feliz… aunque alguna vez, por el simple hecho de cambiar la rutina, no estaría nada mal invertir los roles. Te cuido y me cuidás. Quid pro quo…

2 comentarios:

maga dijo...

La del limon es genial. Seguro que vas corriendo a exprimirlo, como si no te conociera.

Menta Ligera dijo...

No, boba, nada que ver. Capaz que a veces...