viernes, 11 de julio de 2008

Pero que parezca un accidente...

(De cómo, de la noche a la mañana, me convertí en dueña legítima de una exquisita pieza de colección)

Ralph: ¿Querés un piano?
Yo: ¿Qué? Imposible, no tengo un mango… Tal vez más adelante…
Ralph: No digo si querés “comprar” un piano. Digo si querés “tener” un piano.
Yo: Sí, pero no entiendo…
Ralph: Ok. Entonces ya tenés, andá pidiendo el flete.

Quedé como atontada con el teléfono en la mano. ¿Un piano? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Era una jodita para VideoMatch?
Hete aquí que Ralph daba clases de música a un alumno de edad avanzada matrimoniado con la
alta sociedad rioplatense, tan alta y tan rancia que los primeros brotes del árbol genealógico se hundían en el Cabildo de 1810. Y resulta que el fulano había heredado de un tío lejano un precioso Eavestaff Mini Royal Piano, original, cosecha 1930, setenta y tres teclas y arpa de fundición, que dormía el sueño de los justos entre un armatoste de muebles apolillados. Hasta que un día la esposa, cansada de esperar el milagro que convirtiera al viejo en un prodigio de la música, lo amenazó con tirarlos a él y al pianito por el balcón “porque no combinaba” con el diseño minimalista de la nueva casa. Y aquí es donde Ralph tejió la telaraña que salvó al piano y al viejo y cumplió mi capricho más caprichoso.

Ralph: Mire, don A, hay una escuela de danzas que anda necesitando un piano. Tengo los contactos, si usted quiere, combino con ellos y van a quedar eternamente agradecidos.
Don A: Y… esteeee… ¿cuánto podrían pagar?
Ralph: ¡Qué! Olvídese, si lo va a vender, no cuente conmigo. Este piano es una chatarra, hay que hacerle muchos arreglos, yo no se lo recomiendo a nadie. Créame, le hago un favor…
Don A: Bueno, sí, claro… ¿Qué le vamo’ a hacer?

Y un soleado sábado de primavera el bendito piano, que no era ninguna chatarra y apenas necesitaba unos retoques y una buena afinación, cambió de hogar de una vez y para siempre. La escuelita de danzas debe seguir a la espera de la donación, el viejo dormirá tranquilo convencido de que hizo la obra de bien que le asegurará un lugar en el Paraíso y la esposa adinerada suspirará con alivio, libre al fin del instrumento endemoniado que arruinaba su bella y moderna decoración.

Ralph: ¿Y? ¿Te gusta?
Yo: ¡Es precioso! ¡Una joya! No sé cómo agradecerte…
Ralph: Yo sí sé. Vas a estudiar y yo te voy a enseñar, ese es el precio.
Yo: ¡Gracias! No lo puedo creer…
Ralph: Ah, por cierto… mejor no menciones los detalles.

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