domingo, 7 de junio de 2009

Dejame entrar

Las aceitunas se volvieron negras y arrugadas bajo el manto de sal que las cubrió durante más de un mes. Una cosecha generosa y la promesa de sabrosas comidas mediterráneas regadas con un buen tinto, sólo resta tender la mesa y la familia unita se reunirá para vociferar y devorar los manjares mientras los niños corretean tras las mariposas y el abuelo dormita sobre el mantel lleno de migas.
Torta de naranja para acompañar el café que más me gusta, un retazo de sol entre las nubes destempladas de este día sin recuerdos y un buen libro para disfrutar a la hora de la siesta.
Tarde o temprano la vida se va acomodando, los engranajes vuelven a girar en un sentido u otro, lo mismo da. Pero mi cabeza y mi corazón están muy lejos de aquí, vuelan silenciosamente a tu encuentro una y otra vez, como queriendo disipar las penas que te envuelven.
Al principio lo presentía, ahora lo sé.
Quiero acariciar tu frente y besar tus labios, regalarte paz y un refugio en mis brazos, apretarte fuerte contra mi pecho como a un niño asustado en medio de la tormenta. Y ser feliz.

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