domingo, 14 de junio de 2009

El traspié de Rosemary

Tengo la desapacible misión de ir a pedir limosna al Fondo Monetario de las Artes para solventar el bendito concerto grosso de fin de año. Un privilegio que muchos han declinado con excusas de variado tenor, abandonando a la deriva la última posibilidad de recrear el tórrido romance de Júpiter y Semele, con un presupuesto que supera las expectativas más optimistas.
Haciendo gala de mis muy envidiadas dotes organizativas, la emprendí con el papeleo de rigor. Inicié el diálogo con el clon de Gasalla que detenta el poder de frenar la solicitud si acaso no la halagan como es debido, por las dudas le obsequié unas ricas masas secas que incrementarán varios centímetros su pantagruélica cintura y, como al pasar, elogié el brillo naranja incandescente de su cabellera recién teñida.
Y hasta aquí todo bien bonito… Hasta que mi mala estrella se estampó de lleno contra la burocracia prehistórica de la Comisión Directiva que, ni bajo amenaza de bombardeo iraquí, me entregará los estatutos, balances y demás yerbas que el Fondo exige como respaldo del mangazo.
“Tomala vos, dámela a mí…” Así es todo en este coro de esqueletos mohosos, nadie sabe nada pero todos opinan como el que más, no hay responsables sino culpables, y el que osa salirse de la norma es castigado, como en un consorcio o un gabinete ministerial.
La peor de todas es Rosemary, la tesorera. Le pregunto cuánta plata hay que pedir y parece haber perdido la memoria, no-sabe-no-contesta, deriva la cuestión como si no fuera ésta su tarea. Y si acaso insisto, agradece en nombre de la institución mi “invalorable ayuda” y me manda a freír churros sugiriendo que debo “ordenar” mi cabeza.

Querida Rosemary,
Mi cabeza es ciertamente un nido de caranchos hipervitaminados, pero en lo que se refiere a este coro vetusto y con aroma a pizza rancia, más que “ordenada” te diré que “afina” con la exactitud de un diapasón.
Cariños…


Podría firmar como “la-muzza-del-dire” y herirla donde más le duele, porque Rosemary alimenta una pasión enfermiza y no tan secreta por nuestro incomparable maestro S, lo mira con ojos de virgen enamorada pero él le niega los “solos” y menosprecia sus lánguidos suspiros.
En cambio a mí… a mí me dio el rol del “Intelletto”, lo cual puso a Rosemary al borde del colapso total, al extremo de perder el equilibrio y resbalar sobre el piso encerado de la sala cuando el maestro S pronunció el dictamen de solistas, ignorándola por completo.
Cayó con un ruido sordo, aturdida, las partituras volaron por el aire. Y cuando me acerqué para ayudarla, me miró con odio reconcentrado y tomó mi brazo atravesándolo con sus filosas uñas color carmín.

¡Ahora sí que estoy furiosa! Y la venganza será terrible… quién sabe, podría sembrar su silla de tachuelas, esconder el libro de Actas, pegarle chicles en el pelo o escupirle el café… ¡No!
Será necesario apelar a los grandes recursos esta vez. Soy capaz de besar en la boca al maestro S en pleno ensayo, a la vista de todos los presentes, un beso de telenovela que alimente la epopeya y de que hablar a las futuras generaciones. ¡El beso del siglo!
Ay, ay, ay… Rosemary, no sabés con quién te metiste. La próxima vez, mirá bien dónde pisás y clavate las uñas en el orto.

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