martes, 14 de agosto de 2007

Vocación vs. Profesión

Hay gente que define su vocación a muy temprana edad. Como mi hermana que siempre quiso ser veterinaria. En realidad es bióloga, pero por ahí anduvo la cosa. Ella quería operar elefantes y jirafas pero en esta Argentina progre vio claramente reflejado su futuro en una triste peluquería canina de Barrio Norte (con suerte) y es por eso que hoy prefiere lidiar con hongos y germinaciones.
Yo quería ser bailarina. A los cuatro años debuté en el pequeño escenario del colegio con un tutú rosa con voladitos de gasa que mamá bordó de lentejuelas durante tres noches seguidas y zapatillas de punta rosas que me sacaron las primeras ampollitas. Pero era tan grande mi dicha que no
sentí dolor hasta ver todo mi vaporoso atuendo colgando de una percha en el placard de las cosas viejas, con una buena dosis de bolitas de naftalina que asegurarían su inviolabilidad por muchos años. Entonces supe que jamás de los jamases volvería a vestir el tutú rosa que por si fuera poco olería espantoso hasta el fin de los siglos.
Claro que fue éste el comienzo de mi “carrera artística”, por así decirlo. Con los años siguieron innumerables tutús, incluído el de “Don Quijote” que alquilé en una boutique especializada y causó sensación. Año tras año, mientras practicaba mis “pirouettes” y “pliés relevés”, mamá se perfeccionaba en el arte de pegar lentejuelas. Y debo reconocer que se volvió una verdadera experta armando complicados rodetes que luego adornaba con plumas de avestruz de vistosos colores, previo apuntalamiento con cientos de horquillas pinchudas y toneladas de spray que me dejaban la cabeza hecha un enjambre, por dentro y por fuera. Y sí… la danza, cuando no es un placer, es un martirio.
Y duró lo que tenía que durar… Un día mi mamá dijo que podría seguir estudiando ballet, música, pintura o lo que corno fuera… “SIEMPRE Y CUANDO HAGAS UNA CARRERA SERIA”. ¿Y qué es una carrera seria? Fue un bombazo. A los dieciocho años, próxima a terminar la secundaria, promedio respetable y enormes aspiraciones propias y ajenas… me encontré de buenas a primeras sin saber qué rumbo tomar. Daba lo mismo estudiar arquitectura, medicina, periodismo o ikebana. Atrás quedaron las zapatillas de punta y los diplomas que me gané con sangre, sudor y lágrimas (tómese al pié de la letra, no exagero).
Ahora tengo un placard lleno de tules, plumas, gasas, lentejuelas y enaguas almidonadas con olor a naftalina. Y una pila de libros de “carrera seria” porque soy UNIVERSITARIA, como quería mamá.
Tal vez si hubiera seguido mi vocación… no digo bailar con Julio Bocca, pero tal vez treparme al caño de Tinelli. Uno nunca sabe…

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