martes, 28 de agosto de 2007

Vida acuática

Pese a mis rotundos “NO”, se salió con la suya.
Una soleada mañana de primavera lo vi armando un complicado artilugio de filtros, luces, mangueras, esponjas y piedritas. Y allí estaba la tan temida adquisición: una flamante pecera de setenta litros, lista para albergar a los coloridos pececitos que nadaban asustados en una bolsa de plástico al costado de la heladera.

H: ¿Te gusta? Da trabajo, pero va a quedar hermosa.
M: No puedo creer que la compraste. ¡Te importa un pito lo que yo diga!
H: Pero mirá qué lindos son los pececitos… Siempre quise tener una pecera.
M: La vas a limpiar vos.

Debo reconocer que me ganó la curiosidad. A los pocos minutos luchábamos a brazo partido con la redecilla atrapa-peces pretendiendo mudar a los incautos bichitos a su nueva mansión acuática. Nadaban contentos, explorándolo todo. Al negro de ojos grandes lo llamamos Polo y al anaranjado con reflejos dorados le pusimos Nemo (no se parecía ni en la sombra pero ya que teníamos pecera, “Nemo” debía ser indudablemente el personaje principal). El más chiquito vino de regalo. Nunca supimos si era nene o nena, pero la bautizamos Jolie en homenaje a Angelina porque era bocona y de ojos grandes. Era una miniatura juguetona que dormía adentro de la vasija de barro y a veces debajo del puente. Hasta que un día no quiso comer, parecía triste, no quería jugar y pasaba horas acurrucada en un rincón lejos de sus hermanitos. De golpe se empezó a hinchar. Estaba cada vez más gorda, inflada como un globo, y las escamas se le pararon como púas. Desesperados consultamos a Dr. Pet quien, con esa sonrisa de autosuficiencia que detesté desde el primer momento, sentenció: “Es hidropesía. No tiene cura.” Y no hubo nada que hacer. Al día siguiente Jolie apareció flotando panza arriba y lloré cuando H la envolvió en papel higiénico y la tiró por el inodoro.

H: Bueno, no te preocupes. Compramos otro pececito y listo.
M: No… ¡Nadie puede reemplazar a Jolie! Guaaaaa…..

Pero por supuesto nuevos personajes vinieron a turbar la paz del hogar: una vieja del agua que permanecía oculta bajo las piedras hasta que un día la atrapó el aireador y hubo que desarmar todo el mecanismo para sacarla en pedacitos ante los ojos atónitos de los niños que querían ver “cómo era el pez por dentro”; los caracoles manzana, esos que deambulaban sin cesar babeando el vidrio de la pecera y que, según el veterinario, se alimentaban de los residuos (caca) y mantenían la casa limpia; un camarón absolutamente apático que se mimetizaba con el paisaje y que dimos por muerto un centenar de veces aunque siempre aparecía vivito y coleando; y muchos peces de colores, algunos más grandes de lo debido, todos saludables y glotones.

Y un buen día alguien le cumplió el sueño a mi marido. Cuando llegó, traía una bolsita sospechosamente pesada. “Uhhh, más peces…”, pensé.

H: ¡Mirá lo que compré! Me lo dejaron más barato porque venía fallado…
M: ¿Qué cosa?
H: ¿No adivinás…? ¡Un cangrejo!

Ah bueeeeno…. Como éramos pocos... A punto estuve de estallar en improperios cuando me detuvo la imagen del monstruito inspeccionando tímidamente su nuevo hogar. La falla era que le faltaba una tenaza. Pobrecito… Alguien se la había arrancado y ahora era un cangrejo manco. Se lo veía indefenso y solitario. Tan chiquito… Le tomé cariño al instante y rogué a H que le armara una casita bajo las algas donde pudiera dormir tranquilo y a salvo. Con el tiempo notamos que le empezaba a crecer una tenacita nueva. Como a las lagartijas cuando les arrancan la cola y les crece de nuevo. Ya no es manco sino deforme. Y camina torcido espantando a los barre-fondos que pretenden robarle su comida.
Ayer hubo limpieza de pecera, impostergable y necesaria. Por un momento creímos que al camarón se lo había chupado la bomba de succión y H sufrió una crisis de angustia hasta que la supuesta víctima emergió entre las piedras como si nada, con esa cara de Pan Triste que no convence a nadie. Tras el acomodo de juguetes, adornos y plantas, los pececitos volvieron a ser dueños de su espacio y heme aquí, muy a pesar mío, alimentándolos y hablándoles a través del vidrio, llamando a cada uno por su nombre y haciéndole mimitos al cangrejo que se cayó de espaldas y ahora es todo un embrollo de patitas tratando de ponerse en pie.

Quisiera ser un pez
para tocar mi nariz en tu pecera,
y hacer burbujas de amor por donde quiera.
Oh oh oh oh, pasar la noche en vela mojado en ti.

1 comentario:

Ladyvina dijo...

Hola Menta
Recién hoy pude entrar a tu blog. Usaba un explorador poco aventurero que me cerraba la puerta.
Te doy un tip: cuando te vayas de vacaciones mucho tiempo, ni se te ocurra dejar a los peces con una etrella de alimento de esas que se deshacen solas. Fue lo que hice yo y sólo sirvió para que se intoxicaran de comida al punto de...mejor obvio los detalles. Buscá algún método alternativo. Está bueno tener pececitos.