sábado, 1 de septiembre de 2007

A Rosario por Geretto

Viernes, once de la mañana.
Las mascotas observaban con preocupación el inusitado traslado de bolsos y bolsitas, la canasta del mate y la caña de pescar. Nos miraron con ojos grandes y llorosos cuando H encendió el motor de la camioneta, intuyendo una breve separación. Porque siempre volvemos y lo saben. Pero temen las despedidas. Especialmente cuando los abrazo y beso cientos de veces y les hago infinitas recomendaciones como una madre cariñosa a sus hijitos del alma.
Al fin partimos. El vecino de enfrente, agitando la mano en franco saludo de despedida, gritó a los cuatro vientos “¡Vayan a comer a Don Feeeerro!” y no le erró porque el lugar es sencillamente maravilloso y el asado de tira merece especial consideración.
Primera vez en Rosario.
El viaje fue ameno y más corto de lo que esperaba. Apenas una ronda de mate al llegar a Campana, un rico almuerzo pasando San Pedro y ya estábamos dando vueltas al Parque de la Independencia.

H: Te saco una foto en el monumento a la Bandera.
M: No me gustan las fotos con monumentos.
H: Daaale…. ¿Cómo nos vamos a ir de Rosario sin la foto del monumento?
M: Grrr…

Y me sacó la foto nomás. Justo debajo del Río Paraná, ese coloso de piedra que está acostado en terlipes y se tapa “las partes” con pescaditos. Como la foto con el David de Miguel Ángel donde uno siempre sale con sonrisa de turista y las bolas de la estatua de sombrero. No son las fotos más apropiadas para exhibir en un portarretratos o mostrarle a la tía abuela por más genial e insuperable que fuera el artista.


Paseamos bajo el sol de una tarde calurosa descubriendo de a poco el corazón de Rosario, su arquitectura, su gente, sus olores… Más fotos, caminata y licuado de frutilla a la vera del río. Hasta la puesta de sol. Hasta que se hizo la hora de buscar hotel y las entradas del teatro para la penúltima función de la temporada.
Y sí… Toda esta movida sólo para caer rendidos a los pies de Geretto y su abanico de personajes estereotipados, llorando lágrimas de risa, enternecidos por su sensibilidad tan característica, ese conocimiento del alma, del dolor, del placer… ese instinto natural para hacer reír que es la definición del gran cómico. Y se mostró tal como es: una muñeca asexuada que se viste y se desviste dando a luz personajes entrañables que conmueven y emocionan desde su sencillez.
Hacía rato que no reía tanto y con tantas ganas. Valió la pena.
Gracias, Geretto, por esta noche mágica e inolvidable.


2 comentarios:

Luciano dijo...

Te gustó entonces. Las mejores fotos del Volumento son desde adentro mirando hacia el rio...
:)
Che, buscaron hotel a la tarde? Y si no encontraban??

Menta Ligera dijo...

Me encanto!! Pero no me atrevo a publicar las fotos del Volumento...
La verdad, no pensamos mucho en el hotel. Si no encontrabamos, tal vez hubieramos dormido en la camioneta o (por que no) en un banco de plaza o a los pies de la estatua Parana. Hubiera sido una experiencia diferente.