lunes, 10 de septiembre de 2007

Banquete musical

Alejandro Magno tuvo al fin su opíparo banquete con despliegue de pancartas, penachos multicolores, trompetas y estruendosos redoblantes, una excentricidad que nuestro maestro S ha querido permitirse para la ocasión. Baco y sus secuaces se tomaron hasta el agua de los floreros desatando las risas de un público numeroso que ovacionó de pié durante más de diez minutos.
Hubo nervios y corridas y algunas puntadas de último momento para ajustar la túnica de Thais a quien no se le ocurrió mejor cosa que adelgazar justo el día del concierto. Pero la perdonamos por deleitarnos con su voz melodiosa y angelical.
De los contratiempos, prefiero no hablar… Sólo diré que podrían habernos prestado una habitación decente, con cerradura o al menos cortinas para que desde la calle no se detuvieran los transeúntes a pispear los cambios de vestuario y sorprendieran a Clarita en trusa reductora luchando a brazo partido con el cierre de la pollera. Y el baño… El problema de las multitudes es siempre “el baño”. No hay nada que hacer. Todos nos quejamos, a todos nos da asco, todos somos limpitos y cuidadosos pero siempre hay uno que mea afuera o tira el papel donde no debe o traba el botón del inodoro y todo se convierte en un infierno oloroso y antihigiénico. Y a fin de cuentas, descubrimos que es mejor aguantarse.
Pero salvando los pequeños inconvenientes que son en definitiva el condimento necesario, todo salió a pedir de boca. Nadie se dio cuenta que el tenor, con su voz espléndida y bien timbrada, le pifió al primer número y hubo que soplarle la letra hasta que se recuperó de la amnesia temporal y volvió a sus cabales… No se notó y la prueba está en que desató aplausos a raudales.
Realmente sorprendió la regie. Auténticas máscaras venecianas aparecieron sin previo aviso ocultando el rostro de los “fantasmas griegos” mezclados entre las huestes de Alejandro. Y hubo ramos de rosas rojas para la soprano y las vestuaristas (el que sobraba se lo endosaron al maestro S) y aplaudimos extasiados, con lágrimas de emoción, sofocados por este calor inaudito que nos hizo transpirar de felicidad.
Y sí… Tengo la garganta reventada pero Alejandro Magno bien puede darse por satisfecho.

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