domingo, 23 de septiembre de 2007

Las olas y el viento

Mañana soleada frente al mar.
Camino por la arena con la mente en blanco mientras mi perro adorado corre de un lado a otro ladrándole a las olas porque aunque no quiera admitirlo… les teme.
Hay viento pero no me importa. Quiero caminar y caminar hasta perderme tras los médanos y dejar que el alma vuele alto y libre.
En la bolsa de plástico guardo los caracoles que el agua arroja sobre la playa. Cada tanto descubro algún espécimen nuevo. Siento un irrefrenable deseo, una verdadera adicción, por los caracoles. Dicen que traen mala suerte. No sé, no estoy segura. Por el tamaño de los que vinieron conmigo desde Aruba y Colombia ya debería haberme caído un piano de cola en la cabeza… Claro que en la costa argentina es difícil encontrar variedad. Los caracolitos son casi todos iguales, en realidad la mayoría son valvas de almeja. Prefiero las de color violeta que se verán perfectas en mis velas blancas.
Hace rato que no hago velas. Tuve una época de gran productividad y hasta pensé en una interesante red de comercialización que comprometería a todos los miembros de mi honorable familia. Pero no pasó de buenas intenciones… Ahora disfruto del perfume de mis velas artesanales cada vez que se corta la luz.
Me gusta la soledad del mar cuando sopla el viento y el aire se siente un poco frío.
Soledad… mar…
No quiero regresar. Todavía no.

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