jueves, 27 de septiembre de 2007

Borderline

Raúl era alumno de Ralph.
Cierto que no hablé mucho de Ralph aún… Mi amigo talentoso que alguna vez quiso más, lo propuso y no acepté, lo cual no impide que cada tanto vuelva a la carga: “Algún día vos y yo vamos a estar juntos…” O cuando le espetó a H en la cara: “Ella es mi amor imposible”. Pero mi amor por Ralph pasa por otro lado. Y lo sabe.
Tenía diecinueve años cuando conocí a Raúl. Era pianista y Ralph le daba clas
es de órgano aunque siempre dijo que no tenía condiciones para la música seria. Nos veíamos regularmente los sábados a la noche en la Iglesia, durante las bodas. Yo gozaba de Liszt, Bach y Cesar Franck, y él venía “a saludar a Ralph”. Nos hicimos amigos, prácticamente inseparables. Mamá empezó a desconfiar cuando se me escapó su nombre en una reunión familiar.
A Raúl le gustaba el cine y el rock nacional, en ese orden. Tanto insistió que un día le dije “Elegí la película que te guste y vamos”. Pero justo me enfermé. Era pleno invierno y yo estaba en cama con fiebre, mocos y una tos desesperante. No tenía fuerzas ni para levantar el teléfono y Raúl empezaba a pesar como plomo.
Finalmente logré recuperar el color y los ánimos y una tarde brumosa de agosto salí de casa con mi campera más abrigada, bufanda, guantes, pullover gordo de lana peluda y camisetas varias. Esas fueron las condiciones de mamá que siempre tenía la última palabra.
Habíamos quedado en encontrarnos en un bar del centro.
No sé por qué extraña razón, la presencia de Raúl empezaba a incomodarme. Sólo entonces comprendí el significado de eso que el común de la gente denomina genéricamente “cuestión de piel” y que para mí es lisa y llanamente “QUIMICA”. Esa es la verdad de la milanesa: con Raúl no había “química”. Con Raúl y con muchos otros no la hubo. Yo quería un AMIGO y hasta ahí todo funcionaba a la perfección. Hasta que el rumbo se torcía y decepcionada ponía el stop.
¿Histérica yo? No. Debe ser que vivo buscando al elegido que sepa interpretarme y percibirme, y viceversa. Con ese sí habrá química, lo doy por sentado.
La cuestión es que Raúl estaba ahí esperándome. Tomamos un café mientras conversábamos, como tantas otras veces, de cosas triviales.
El cine estaba atestado de gente. Los horarios de las películas no ayudaban y ninguna se veía potable. Eso motivó nuestra extraña elección, un poco al azar, más bien basada en el prestigio de la protagonista. “Ah, porque si trabaja Catherine Deneuve tiene que ser buena…” Lo mismo dijeron de Jack Nicholson y sus “Marcianos al ataque” y ya sabemos cómo terminó la historia…
Al rato estábamos embolados viendo nada más y nada menos que “Indochina”. Más de tres horas sin saber ya cómo sentarme, sudando a mares debajo de las camisetas varias no tanto por la calefacción sino por la fiebre que empezaba a subir otra vez. Catherine Deneuve está genial pero si me preguntan de qué trata la película, no tengo la más remota idea…
Salí del cine con una agobiante sensación de fastidio, agravada por las demostraciones de cariño de Raúl que de pronto parecía haberse convertido en un fauno seductor. Me acompañó todo el trayecto de vuelta a casa. Y en el umbral, bajo la triste luz de emergencia enemiga de toda intimidad, se despachó con la frase célebre: “Estoy loco por vos” (sic).
Pese a la fiebre y la nariz tapada que me impedía respirar, tuve la lucidez suficiente para explicarle con amabilidad y altura que muy lejos estaba de sentir lo mismo. No le gustó nada. Insistió pero yo seguía firme en mi negativa. Hasta que lo entendió. Y tanto entendió que no volvió a hablarme nunca más. Tampoco a Ralph.
Por un largo tiempo estuvo desaparecido. Al cabo de un año lo crucé en la calle y me saludó sin detenerse. Otras veces noté que se hacía el distraído y fingía no verme, pero al final siempre lo sorprendía mirándome desde lejos como si, pese al tiempo transcurrido, no hubiera podido superar el rechazo.
Como la última vez, cuando nos cruzamos de casualidad en el Easy. Mientras yo discutía acaloradamente con H el color de la sombrilla para la mesa de jardín, él se escondía detrás de la góndola como un nene mal educado, cuando hubiera sido tan fácil decir “Hola, ¿qué tal? Tanto tiempo…” y yo le hubiera contestado con mi sonrisa de oreja a oreja: “¡Estás iguaaaaal!”

2 comentarios:

Sofi dijo...

No cambias mas...

♋ Mariposa dijo...

Gracias Menta!!!!!....estoy,pero,con obligaciones,entrè a despejarme un ratito,paso a saludar a los que quiero y necesito,y me irè a dormir...cada dìa es incierto...
Deseo de todo corazòn lo mejor para vos y toda la magia de regalo!!!!...sos unas de las primeras que hablè! Besis