lunes, 24 de marzo de 2008

De obsesiones y manías

El otro día hablaba con mi cable a tierra de esas conductas obsesivas que nos dominan y nos muestran a los ojos de los demás (las personas “normales”) como auténticos alienados, candidatos al Borda. Aunque algunas manías parezcan cómicas, como la aversión desmedida a los tobillos anchos o a las mujeres de pelo corto o a la sopa de caracoles, todas encierran cierto grado de locura y no hay que restarles importancia.
Yo siento una pasión descontrolada por los hipermercados. Me gusta pasearme entre las góndolas, mirar los productos, comparar precios, hacer las cuentas para ver si las ofertas son lo que parecen. Y si no… tengo preparada la birome para escrachar los cartelitos con mi frase célebre “ESTA OFERTA ES
MENTIRA” para que compradores ingenuos, apurados, distraídos o simplemente apáticos no caigan en la burda trampa mercantil y se lleven una botella de aceite de 3 litros que parece más barata que dos de 1,5 y que en realidad no lo es.
Ni hablar de los supermercados chinos a los cuales rara vez entro. Me da escalofríos comprobar que las fechas del yogur y el queso crema están vencidas. Y pese a las protestas de mi marido que lo único que quiere es comprar rápido y salir a fumar un pucho tranquilo, junto en el carrito todos los lácteos que soy capaz de cargar y los deposito con sonrisa triunfadora en la caja. “Todo esto está vencido. Te hice el favor de sacarlo de la góndola, ahora tiralo”. Ya sé que lo vuelven a poner donde estaba pero no me importa. El día que aparezca degollada en una zanja con un cartón de leche chorreando en mi cabeza, sabrán que fui víctima de la mafia china.
Mi hermana hace honor al lema “No te vayas sin pedir tu factura” y es obsesiva de los locales de ropa coreanos del Once que no facturan ni en pedo. Revuelve todas las prendas, amontona perchas en el mostrador y, cuando llega el momento de pagar, pide el ticket. Luego de la típica discusión acalorada mitad español, mitad coreano ininteligible y algún que otro improperio de significado universal, pone cara de reina ofendida y se va sin comprar nada dejando atónitos a los orientales que gesticulan amenazadores en medio del montón de ropa.
Recuerdo a una profesora de literatura del colegio que sentía fatal repugnancia por las faltas de ortografía y no dudaba en sacar el lápiz de labios rojo sangre y remarcar grotescamente carteles y avisos en la vía pública si consideraba que la falta insultaba su inteligencia.
Una obsesión común a la mayoría de las mujeres es la depilación. No quiero echar más leña al fuego porque veo que infinidad de blogs tocan este tema a diario y al final todas estamos de acuerdo en lo mismo: BASTA DE PELOS!!!!
Mi tía tiene colgados de la pared infinidad de platos y platitos decorativos. Cada tanto agrega uno nuevo. Y necesita verlos brillar permanentemente, es su desvelo. Por eso cada mañana, después de desayunar, agarra la franela y dale que dale platito por platito, una especie de ceremonial.
Mirar veinte veces si la llave del gas está cerrada es una conducta obsesiva bastante típica. Como llevar dos libros en la cartera por si justo se termina el que estás leyendo y te quedás sin lectura para el viaje. Pero ir a un hotel y llevar tus propias sábanas o a las tres de la mañana antojarse de un baño de fango del Mar Muerto o usar lentes a prueba de balas o tomarse la temperatura cada dos horas… Bueno, ahí ya estás “tocame el vals”…

(Escrito y publicado para Se Termino la Joda, marzo de 2007)

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