domingo, 2 de marzo de 2008

De antojos y excesos

Pensar con excesiva anticipación el manjar objeto de mis más recónditos anhelos. Imaginarlo, soñarlo, ponerle sal y acompañarlo con vino blanco bien frío. Despertar por la noche con la frente perlada de sudor, inquieta, imaginando miles de obstáculos en la búsqueda del alimento perdido. Podría correr descalza hasta la heladera aún a riesgo de morir electrocutada, sólo para meter la cuchara sopera en el dulce de leche y saborearlo lenta, muy lentamente… Y esos bombones de mousse de avellana que me miran como queriendo meterse en mi boca…
¡Mantecol! El marido de Raquel escondió el anillo de compromiso dentro de una canasta de mantecoles, una canasta bastaaaaaante grande. Y como no era nada fácil llenarla, recorrió todos los kioscos de Olivos y La Lucila recolectando mantecoles hasta casi desabastecer el mercado, le puso un moño alusivo y depositó la canasta a los pies de su princesa. Y dicen que lo reconoció públicamente...
Cuando un hombre deposite a mis pies la cantidad suficiente de After Eight para hacerme perder el sentido, sabré que es el Elegido.
Ahora pienso en mantecoles bañados en chocolate y peras a la menta… Y me hace ruido la panza. No puedo dormir.
¿Antojo? No… Es peor que eso. Mucho peor. Es que me he declarado en dieta forzada hasta hacer desaparecer los excesos de una semana de vacaciones regada de caipirinhas y dulce de maracuyá.
Dieta de agua, zanahoria y gelatina de frambuesa. Eso es lo que necesito.
Y un calmante fuerte para no parecer una Doña Florinda histérica.

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