miércoles, 19 de agosto de 2009

¡Ni las plumas! – Parte I

Diciembre, 1989

El verano se anticipaba agobiante y húmedo, de un calor menopáusico que prometía no dar tregua.
Esperábamos a Norma -la amiga de mamá- que volvía del campo luego de tres largas semanas. A la tarde llamó para anunciar que acarreaba consigo una enorme provisión de manteca, crema, dulce de leche, quesos y mermeladas caseras.
Norma estaba peleada a muerte con su hermana melliza, no habían cruzado palabra en los
últimos años. Nosotros éramos su familia, así lo proclamaba ella con orgullo.
Habló con mamá el sábado a la mañana, minutos antes de tomar el micro desde Lobos. Nunca supe cómo se las arreglaba para viajar sola cargada de bagayos, cientos de kilómetros, subiendo y bajando de trenes, micros y carretas, siempre de buen humor, riéndose de las cosas más tontas. Norma era especial.

-Te dije que no compraras tantas cosas… ¿Cómo? ¿Un ganso? ¿Me hablás en serio, Norma? No, no, mejor no les cuento nada, que sea una sorpresa. ¿A qué hora llegás? ¡Tené cuidado! Llamame, cualquier cosita. ¡A la noche nos vemos!

Mamá colgó el teléfono y desapareció tras los vapores de la cocina. Corrimos a encerramos en el dormitorio, los tres, presas de un estado de excitación febril difícil de describir.

-¡Chicos! ¡Norma trae un ganso!
-¿Un ganso de verdad?
-Se lo escuché decir a mamá.
-¡Iuuuuuuujuuuuuu!
-¿Qué nombre le ponemos?
-“Palmiro…” ¡No! Mejor “Ruperto”.
-¡Que se llame “Donald”!
-“Donald” es un pato, nene.
-Si es gansa le ponemos “Criollita”.
-Bueno, pero ahora pensemos dónde le hacemos la casita.
-Necesita un lago… ¡traigan el fuentón!
-Sí, y pasto y una frazada por si tiene frío a la noche.
-¿Qué comen los gansos?
-No sé… ¿Maíz? Le damos galletitas.


Y así, haciendo todo tipo de conjeturas sobre la nueva mascota, trabajamos en paz y con mucho ahínco, aguardando impacientes a Norma y el ganso.

No hay comentarios.: