lunes, 7 de abril de 2008

La paciente más paciente

La combi llegó puntual. El cielo diáfano, azulado, prometía un calor abrasador pero no me importaba. Claro que podría haberme tirado panza arriba en la reposera con los poros desbordantes de aceite de coco, el Ipod y algún libraco viejo por si asoma el aburrimiento, y así esperar que se escurra la tarde. Pero no. Tenía cosas más importantes que hacer y me fui contenta, ilusionada.
La sonrisa me duró algo más de treinta kilómetros, hasta que sonó el radio y la voz que adoro, que sabe decir las cosas más lindas y me mima y me cuida y me reclama, se despachó con una sarta de complicaciones inesperadas, irritantes, de mala leche. Que Fulanita no se despierta de la anestesia, que a Menganita se le abrieron las tetas y hay que reoperarla, que patatín y que patatán… ¡Siliconas del orrrrto y la p… que lo parió!
Bajé de la combi bufando y pateando el piso, pese a todo dispuesta a dilapidar una hora de aquel fabuloso mediodía de sol recorriendo todas y cada una de las ostentosas vidrieras que pueblan la avenida, porque a fin de cuentas el tiempo pasa rápido y, cuando me quiera acordar, estaré en sus brazos disfrutando el momento.
Pero tras casi hora y media de caminata, las piernas que se niegan a sostenerme y el ruidito inconfundible del estómago vacío, empecé a perder la compostura. Comí sola en el restaurante de la esquina mientras transcurría el tiempo suplementario de espera, hasta que no aguanté más y desoyendo sus reiterativos “Esperame que ya salgo” emprendí el camino de vuelta, cuesta abajo en mi rodada, lista para descargar la bronca cantando a voz en cuello con mi coro bienamado.
Pero me atajó a las tres cuadras y, como soy una naba de colección, volví. No le dije todo lo que pensaba porque se sentía mal, tenía los ojos cansados y un poco tristes. Y porque no puedo enojarme con él, simplemente no puedo. Aunque no tenga noción de tiempos y espacios, como cuando dice “Estoy en la esquina” y hay que preguntarle “¿En la esquina de dónde?” y sus diez minutos son en realidad cincuenta y aún así sigue pidiendo paciencia. Si sumara todos los tiempos de espera desde que nos vimos por primera vez… Mejor no, definitivamente no.
Pero valió la pena. Aunque el maestro S me dedique un rosario de reproches el próximo sábado, aunque haya malgastado una espléndida tarde de sol deambulando sin sentido por las calles del centro, aunque tarde o temprano debamos retornar a la rutina con ganas de más y esta necesidad nueva de una vida distinta…

2 comentarios:

Luciano dijo...

Me mató el chiste del dobedobe.
Sobre el resto, no soy apto, no estoy habilitado para hablar al cuete, pero el comentario siempre es como un ping.

Menta Ligera dijo...

Ping Pong...
Esta bueno el dobedobedo. Es un poco como mi vida.