viernes, 21 de noviembre de 2008

El encuentro tan temido

Con el último bocado corrí cuesta abajo, los minutos contados, el celular echando chispas, el cliente necio y caprichoso que se cree más vivo que todos los vivos que le chupan la sangre seguía empacado en sus trece, y esta vez casi pierdo el don, no encontraba manera de convencerlo… “¡Si no aflojás te van a meter preso por pelotudo! ¡A mí no me mientas! ¡Así no te puedo ayudar!” Pero no había caso.
A regañadientes subí a la combi que me depositó en el aeropuerto, frente al edificio del antiguo hotel. Apagué el Ipod, sacudí mi envidiada cabellera y me entretuve saludando a los viejos conocidos, las mismas caras de siempre que van y vienen ininterrumpidamente, se sienten dueños, son parte de la fauna local, no sería lo mismo sin ellos.
Busqué a mi salvador, el que oficiaría una vez más de interlocutor, haría las presentaciones del caso y me dejaría a solas con el mafioso de turno, el que luego de explicar “cómo hay que hacer las cosas” embolsaría una buena cantidad, lo suficiente para unas cortas vacaciones bajo los cocoteros. La solución rápida que no deja secuelas, después nos quejamos, pero es el país que tenemos y alimentamos…
El imbécil mentiroso insistió con rebeldía, casi echa todo a perder, hasta que por fin entró en razones y el dinero cambió de manos. Asunto terminado, firma, sello y autorizada la salida.
Esperé a que cerraran las puertas del camión, quizá en otro momento hubiera enarbolado el pañuelo blanco a modo de despedida, pero hoy por hoy mi cuota de sarcasmo está francamente en baja.
Caminé aliviada rumbo al espigón. Un café, nadie que me diga lo que tengo que hacer, sin horarios ni compromisos, sola.
Me sacudió la nostalgia de verme como en sueños despachando la valija, rumbo al paraíso, tiempos más felices, sin duda. Lo bien que me haría un buen descanso, hasta ahora no había caído en la cuenta…
No sé cuánto tiempo habré estado mirando el monitor de vuelos, envuelta en una nube de mariposas, tan absorta en mis pensamientos que no lo vi llegar.
Caminó a mi alrededor y se detuvo a escasos centímetros. Recién entonces tomé conciencia, percibí su olor, su presencia, su increíble magnetismo que pese a todo no logra desagradarme. Elegante como siempre, una raya más en su uniforme azul anuncia que ahora es comandante, el tipo es exitoso.

-Hola.
-Hola.

No puedo explicar por qué se me llenaron los ojos de lágrimas, si no había motivos, excepto que últimamente todo me desborda, no alcanzo a ver el horizonte, temo haberme equivocado.
Pasado el instante de sorpresa, comprendió, no dijo nada, me abrazó y esperó a que llegara la calma. Caminamos juntos hasta la salida, sin hablar, no hubo reproches ni explicaciones ni preguntas odiosas, simplemente estábamos ahí, la vida nos reencuentra cíclicamente en los momentos “especiales”, como si estuviera escrito, predestinado.
No hubo necesidad de contarnos nada. Él sabe, yo sé, nos conocemos, no hay secretos entre nosotros. Ahora entiendo que tampoco hay lugar para el rencor, no caben más que los recuerdos de un pasado que cruzó nuestros caminos de una vez y para siempre, prevalece el sentimiento, el afecto.

-Cuando quieras… sabés como encontrarme.
-Sí.
-Que estés bien.
-Vos también. Cuidate.

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