domingo, 16 de noviembre de 2008

Los borrachos y el castrato

Da lo mismo si el ensayo general se ve demorado irremediablemente por los caprichitos del cura que pretende casar a la embarazada en pleno mediodía, en medio de un circo de personajes que vociferan como la barra brava de Arsenal. No importa si las trompetas atronan el aire con estridencias imposibles de digerir, trompetas “naturales” por cierto, lo cual equivale a excusar cualquier imperfección alegando que su interpretación es de una dificultad extrema. Es igual si la soprano no está especialmente inspirada y olvida la parte una y otra vez, contribuyendo con su desidia a encrespar aún más los ánimos ya revueltos de nuestro adorado maestro S que reconoce estar al borde del suicidio.
A veces pienso que cuantos más contratiempos hay, más se disfrutan los conciertos que a pulmón ofrecemos a un público fiel que de a poco se convierte en parte inseparable de nuestra gran familia.
La puesta del Diocleciano desbordó magia, talento y el carisma inigualable del director que vaya
si sabe cómo lograr lo que quiere.
En especial el número de los borrachos que es ya un clásico en nuestro repertorio, porque si no está escrito lo inventamos, la cosa es cantar en curda. Al principio fue Baco, “nuestro” Baco, que para calentar la garganta empina el codo en cada intermezzo.
Pero Purcell escribió ese número tan gracioso de dúo, solo, trío y pandemónium que termina convirtiéndose en una auténtica orgía alcohólica, y el maestro S no perdió la oportunidad, se lo dejaron servido…

Make room, make room, make room
For the great God of Wine.
Give to everyone his glass, give…
Then all together clash, clash, clash…

Nuestros solistas serios, profesionales, estructurados, por una vez perdieron la compostura en aras de la creatividad, cedieron al impulso y se los vio radiantes, cómodos, divertidos, borrachos y entusiastas. El público aplaudió de pié y pidió el bis.
Pero lo más destacado de la jornada fue sin duda la presencia de nuestro exclusivo Farinelli luciendo un elegantísimo frac, tan joven y con esa voz majestuosa que envidian las sopranos más avezadas.
Qué deleite escucharlo… y qué raro suele parecer a los oídos poco acostumbrados que terminan preguntando siempre lo mismo “Che, el tipo ese que canta como una mina… es puto ¿no?” ¿Qué importa si es puto? Canta maravillosamente bien, that´s enough!
Se lució, brilló como las estrellas y recogió un mar de suspiros enamorados además del ramo de rosas que la desubicada de Martita puso en sus manos al finalizar el concierto. ¡Un poco de tacto, por favor!
Como sea, hasta el maestro S sonreía feliz, exultante, soberbio, con su acostumbrado desaliño y ese aire de genio alienado que le es tan propio.

No hay comentarios.: