domingo, 2 de noviembre de 2008

La vuelta al barrio

Vivíamos en una zona de casa bajas, todas muy diferentes, en ese lugar privilegiado de la ciudad poblado de árboles y pájaros, el estanque de agua verdosa lleno de renacuajos, el puentecito de piedra donde la novia posaba para la foto inolvidable y la calesita.
El calesitero era el clon de Videla, dos gotas de agua, el bigotito, la pose marcial… Vestía un delantal azul oscuro con los bolsillos repletos de caramelos media-hora y administraba la sortija con absoluta inflexibilidad.
Don Secundino hacía la mejor pizza de anchoas que comí en mi vida aunque, por cierto, del
delivery se encargaban las cucarachas que jamás logró erradicar del local. Resultaba pintoresco si se lo miraba con buenos ojos.
Ni siquiera sabíamos los nombres de las calles, era más bien llegar hasta la casa del cactus, seguir por la cortada hasta lo de Don Clemente, doblar en la casa de rejas y así… Y cada esquina era diferente, estaba la que tenía verdín y el que no sabía ese dato se hacía pomada con la bici, la de la fábrica de lana que una noche se incendió y el barrio entero enloqueció de espanto, menos mi papá que dormía como un lirón y no se enteró de nada. Esto me lo contó la nona que esa noche acarreó cientos de baldes temiendo que el fuego llegara a la casa.
El barrio no ha cambiado nada, la gente tampoco.
Tiempo atrás me fui buscando nuevos horizontes, haciendo oídos sordos a los consejos de papá, con la rebeldía de la juventud y el arrojo que me caracteriza. Tenía que vivir mi propia experiencia, darme la cabeza contra todas las paredes y volver cuando llegara el momento.
Y parece que por fin llegó.

2 comentarios:

Sofi dijo...

Me das mucha ternura,quisiera estar ahi con vos......

Menta Ligera dijo...

Como antes... Si, me encantaria, seria todo mucho mas facil. Gracias, amiga!