sábado, 4 de julio de 2009

La marca de Caín

“Pésame Dios mío y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido.”

Tercer grado, 1982.
La edad de la inocencia no era óbice para escapar del humillante acto de confesar los pecados ante el cura del colegio. “No más de diez minutos porque hay que volver a clase”, así todas sin excepción, con carita de humildad y contrición, íbamos pasando de a una por estricto orden de arrepentimiento.
Había que “limpiar el alma” antes de la Primera Comunión y nos asustaban con eso de que el Bautismo sólo borraba el pecado original y los otros, t-o-d-o-s los otros quedaban atrapados ahí hasta que el cura los escuchaba, los absolvía “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y nos dejaba ir en paz con una ristra de Padrenuestros y Avemarías a modo de penitencia (o garantía), sin mencionar el Pésame que había que recitar frente a él, con las manos entrelazadas y la cabeza gacha, si una quería salir airosa y blanqueada de todo el embrollo.
“Si hay pecado, no hay Comunión”, repetía la Hna. Resignación y lo grave del
asunto es que, desde la absolución hasta “el gran día”, había que resistir estoicamente “toda ocasión de pecado” so pena de postergar la fiesta y que se echen a perder los sanguchitos.
Fue la semana más larga de mi vida. Me mordía la lengua para no responder a las provocaciones de mis hermanitos, ayudaba a mamá sin chistar y rezaba cada noche una decena del rosario y tres Sagrados Corazones, por si acaso adicionaba un santo extra porque siempre es mejor que sobre y no que falte, y después me iba a dormir con mi angelito de la guarda.

Los días transcurrieron lentamente entre pruebas de vestuario y regalitos de ocasión, como el rosario de nácar que mamá compró especialmente para mí y el primoroso librito de oraciones que todavía conservo bajo una nube de algodón y naftalina. Con todo, me sentía acolchonada en una ola de beatitud incontrastable.
Hasta que llegó el viernes, una tarde calurosa y húmeda de octubre, y la Hna. Resignación nos “soltó” en el patio mientras esperábamos el micro. A Vivian se le ocurrió jugar a no sé qué “mancha”, una inventada por ella porque Vivian era de las que inventaban juegos nuevos todo el tiempo. Confieso que no lo pensé mucho, a esa altura el aroma de santidad no alcanzaba a reprimir las ganas de una fabulosa carrera por los patios inmensos del colegio.
¡Fue maravilloso! Correr libre y desprejuiciada, los pelos al viento, gritando con toda la fuerza de los pulmones, ¡FELIZ! Hasta que me embistió la gorrrrda de Solange… Creo que apenas me rozó la espalda pero no la vi llegar, ni siquiera recuerdo cómo en segundos fui a parar de lleno contra la columna, la boca partida al medio y sangrando copiosamente, la frente inflada como un buñuelo, y muchas manos tirando de mí, queriendo levantarme del piso, palpando las posibles roturas.
“Una desgracia con suerte”, eso dijeron, pero mi cara quedó desfigurada… Cuando mamá se aseguró que estaba ilesa, casi me mata. Gritó cosas feas, dijo que tenía un “carácter incorregible” y que ya no sabía qué hacer conmigo, que Jesús no me iba a querer en el Cielo, que era una mala hija y, como corolario, la frase que más escuché a lo largo de mi infancia: “¡Me vas a matar de un disgusto!”.
Entonces pequé y fue un pecado horrible. Dije que había sido culpa de Solange, “¡ella me empujó!” y no era cierto pero lo creyeron porque la pobre Solange era un mamut disfrazado de colegiala, torpe por naturaleza, acostumbrada a cargar con la culpa de cualquier accidente escolar por el solo hecho de haber nacido sobredimensionada.
Mamá se suavizó un poco aunque me miraba con reproche por lo del labio roto y porque el fotógrafo no sabía desde qué ángulo disimular la masacre de mi cara.
A Solange la retaron tanto que casi se queda sin Comunión pero, al terminar la misa, se acercó y me susurró al oído algo que me obsesionó durante años: “Yo no te empujé una mierda, pero la próxima vez te tiro por la escalera. Acordate.” Y se alejó gruñendo según su costumbre, no sin antes propinarme una patada de colección en el tobillo que me dejó sin aire y sin respuesta.
Vaya si aprendí la lección… Solange podía ser muy peligrosa si la provocaban.

El hecho es que mi alma no estaba del todo limpia aquel gran día. Más tarde confesé la mentira pero, aunque cumplí todas las penitencias y me disculpé públicamente, no estoy segura de que me hayan sobreseído del todo. Lo peor es que seguí viviendo bajo la amenaza de Solange muchos, muuuuuuchos años más.

“… y prometo firmemente no pecar más y evitar todas las ocasiones próximas de pecado. Amén.”

2 comentarios:

Sofi dijo...

Me mori!!!! Sos loca, me encanta como contas las historias del colegio....... Solange se merecia eso y mucho mas porque era un SORETE. A Vanesa la dejo colgando de la mochila en la escalera blanca, la tuvo que ir a buscar Marga te acordas???? No se quien me dijo que la vio en la calle y la muy turra ni saludo....... Yo creo que nos odiaba a todas por todo lo que ella no tenia o tenia de mas, una mala persona era Solange.
Me hiciste reir! No se como traducirle a Rich que esta copado con tu blog. Dice si le podes mandar lo mismo en ingles por mail.
Cuidate, despues te llamo!!! Besos miles!!!!!!

Menta Ligera dijo...

Sofi, como siempre me sobreestimas.. Mi ingles no es suficiente para que Richard entienda todas las tonterias que escribo. Pero en honor al gran favor que le debo, hare el esfuerzo. No te prometo nada..
Solange era una porqueria pero yo fui injusta esa vez, no tenia culpa de mi estupido accidente.
Las fotos de la Comunion estan en Facebook, hay caras que ni recordaba. Despues miralas.
Besito!