viernes, 17 de julio de 2009

Malos pasos

Esta mañana bajé de la cama con la sensación de estar bailando sobre carbones encendidos, mis pies de hada como empanadas salteñas recién salidas del horno. Diosssss…
No me pasaba desde que era muy niña y ya, en aquel entonces, mamá decía que era una afección de “gente vieja”. Durante un tiempo temí que pudiera tratarse de una degeneración acelerada de mi precoz humanidad, una extraña descomposición de los tejidos sin causa ni remedio, quizá una suerte de metamorfosis capaz de convertirme en un alien colorado y picoso. Soñaba con amputaciones y sillas de ruedas, el dedo
gordo flotando en un frasco con formol en el laboratorio de un médico loco y mamá tratando de arreglar el desastre con alguna de sus pomaditas.
El recuerdo me sobresaltó como un chasquibum en las pantorrillas... Más o menos doce años, sentada frente al televisor con los pies en alto, de vez en cuando cedía a la tentación de rascarme con voracidad los deditos enrojecidos e inflamados. Me vi con prístina claridad, como si fuera ayer, enfundada en el horroroso pantalón de corderoy azul -regalo de tía Titina- y el pullover “bouclé” que tejí a regañadientes sólo porque a mamá le en-can-ta-ba la lana que, para mi desgracia, era rosa y peluda y picaba como una parvada de jejenes furiosos. Todo me picaba en esos días…

-¡Dejá de rascarte!
-Me pica.
-Si te rascás es peor.
-Ufffffa… ¿Cuándo se van los sambayones?
-Sabañones, sa-ba-ño-nes… Tené paciencia y ponete las medias que te vas a resfriar.
-“/&%$3%@ …TAMADRE!
-¡Te escuché!


Sabañones. No conozco a nadie que los haya padecido, o será que es un secreto inconfesable… como los juanetes. La gente no dice que los tiene pero se les nota en el andar, al fruncir el ceño en un acceso de dolor que intenta pasar desapercibido.

Como sea, no debe haber peor pesadilla que caminar el invierno con los pies entumecidos, hinchados, los dedos rojos como tomatitos y una picazón épica.
No sé si podré calzar otra vez mis sensuales stilettos… de momento, no hay manera. Por estos días mi vida se refugia entre pantuflas y baños tibios de agua salada. Evito rascarme para no agravar las cosas pero ya me dan ganas de apelar a los grandes recursos y cortar por lo sano.
Como el cuento de los zapatitos rojos, no el que le cuentan a los niños pequeños sino la versión original, la escapada de la tortuosa imaginación de Andersen, cuando la muchacha suplica al verdugo le perdone la vida y éste, en un acto de magnanimidad, le corta los pies para que pueda dejar de bailar.
En fin… Salvando las distancias, es una alternativa que no hay que descartar a la ligera.

1 comentario:

♋ Mariposa dijo...

Vamos a abrir un centro de quejas blogero jaja yo tambien me quejo, pero de otra cosa ,esta en mi ultimo post.
Besos!!! asi de grandes y todo el power para vos, ya va a pasar, todo pasa mas rapido de lo q nos imaginamos ;)