viernes, 23 de noviembre de 2007

Cepillo de compromiso

Instalar el cepillo de dientes en la casa de tu pareja es la manera más tangible de formalizar el compromiso.

Con el primero hubo una suerte de acuerdo telepático y, sin mediar palabra, nos obsequiamos sendos cepillos intentando restarle importancia al asunto. De esta manera, quedaba asentado que ambas partes aceptaban y asumían la feliz convivencia, o al menos el “podés quedarte a dormir”, porque la verdad desnuda es que siempre mantuvimos esa saludable independencia que le da como un condimento extra a la relación. Y cuando nos dijimos “Adiós” y él se fue muy lejos y no pude seguirlo, guardé su cepillo como un tesoro pensando que tal vez algún día… y fue como un símbolo. El mío quedó exactamente donde lo dejé, acumulando polvo y pelusas. Lo sé porque un día regresó y de pronto todo parecía ser como antes, excepto porque ya no éramos los mismos aunque seguíamos lavándonos los dientes “hoy en tu casa, mañana en la mía”. Y después, cuando la separación se tornó definitiva, ya no supe qué fue de los cepillos aunque, como tantas otras cosas, es evidente que no resistieron las mudanzas ni el paso del tiempo…
El segundo fue más directo. Tras apropiarse lentamente de las tres cuartas partes de mi placard con las prendas que antes iban y venían en el bolsito de viaje, tomó al toro por las astas y una mañana como tantas otras, medio dormida, en pleno proceso de desperezarme antes de entrar a la ducha, lo vi: un flamante cepillo de dientes justo al ladito del mío, más grande y más duro, de un azul transparente muy atractivo. Nunca se lo dije pero, por primera vez en la vida, experimenté una sensación de seguridad muy similar a la de “estar en familia”, y estuvo muy bien. Y ese fue el primero de muchos cepillos de dientes que se reemplazarían unos a otros, como un juego de postas. Tantos que se perdió el significado, un ítem más en la interminable lista del supermercado, a veces 2x1 si la oferta vale la pena, y ya no importa tanto el color. Es el caso del cepillo que alguna vez supo ser “anillo de compromiso” y terminó en el olvido de la rutina diaria, tan carente de interés que hasta resulta patético mencionarlo.
No creí que alguna vez llegaría el tercero… Dicen por ahí que “la tercera es la vencida”, pero no creo mucho en eso. Esta vez, cansada de lavarme los dientes con el dedo como aquellas noches de campamento en las que lamentás no haber dejado que mamá te arme la mochila, sin reparar en compromisos ni conveniencias, decidí que ya era hora de tener mi propio cepillo, así que compré el primero que encontré y lo metí de prepo en su baño. Y no lo notó hasta que comenzó a apremiar la necesidad.

-¿Este cepillo es tuyo?
-Sí.
-Me olvidé el mío… ¿Me lo prestás?

WHAT…???? ¿Qué es eso de compartir el cepillo de dientes? No, way!! Esperaba cualquier reacción: miedo, sorpresa, enojo, felicidad, duda… pero esto es insólito. “El cepillo de dientes no se comparte porque es antihigiénico”, y creí cerrar el tema con una de mis tantas frases célebres. Pero no hay caso con él. Ni siquiera logra enojarme cuando me mira con provocación echando espuma por la boca, asumiendo que mi cepillito es ahora un bien ganancial. ¡Ma’ qué compromiso...! ¡Me cagó el cepillo!

1 comentario:

maga dijo...

Con el primero te equivocaste, con el segundo era de esperar, con el tercero habra que ver. Yo no veo mal compartir el cepillo pero debe ser la maxima prueba de intimidad. La pregunta es si sse trata solamente de una anecdota graciosa o hay algo mas.