martes, 20 de noviembre de 2007

Poca ropa


Derramás esa impresión de ser
la acción que encarna la ternura.
A tu alrededor no hay humildad,
la Venus es caricatura.
Tenés que ser de todos.




Cómo cambian los tiempos…
Cuando mi abuela era joven, se consideraba una conducta altamente indecente mostrar las pantorrillas, ni más ni menos. La pollera un centímetro arriba de los tobillos resultaba escandalosamente provocativa y la tildaban a una de atorranta, “buscona”.
Pobre, mi abuela… Se caería de culo en la tumba y se echaría tierra ella misma, de sólo ver el triste espectáculo de una Marengo descerebrada queriendo escalar posiciones con su “baile del koala”, disciplina de tan dudoso “virtuosismo”.
En plena era de la globalización la mujer está sencillamente desatada, han cambiado sus valores, se ha perdido el pudor y la feminidad.
Ya no basta con sugerir, ahora todas quieren mostrar porque la que no muestra no gana, no es nadie. Si no, pregúntenle a Cirio que anda muy suelta de cuerpo vociferando que su cola es récord de facturación y, como tal, tiene que “trabajar mucho para mantenerla”. Y ahí tenemos a la Capristo, a quien dos por tres se le escapa una lola, en el Bailando, ahora en el Patinando y, si nos descuidamos, también en el Nadando… y los babosos de siempre requete contentos mientras ella se hace la mariapura y lo arregla todo con esa sonrisita falsa de labios colagenados y… ¡uy, se escapó!
La consigna es exhibir. Las mujeres argentinas juegan a ser vedettes y… ¡vivan las plumas y los concheros! Tampoco hace falta mucho para ser tapa de Playboy, basta con un par de semanas hibernando en GH y ya se creen Pamela Anderson. Carecen de dotes artísticas y neuronas que funcionen al menos medio tiempo, pero eso a nadie le importa.
Pensar que hoy bailar semidesnuda en el caño no es de putas… ¡es fashion! Dejó de ser trabajo digno para convertirse en un verdadero freak circus. Aunque, a fin de cuentas, poco importa si es por dinero, vocación o porque vamos para donde sopla el viento.
Una tampoco es “la Madre Teresa”, pero todavía resuenan en mi cabeza las enseñanzas de mamá que decía, entre otras cosas, que “para ir al médico hay que ponerse ropa interior limpita y discreta y estar muy prolija”. Y yo pensaba que esto era una regla universal, hasta que me topé con la otra cara de la moneda y fue como un cachetazo de esos que te dejan con la boca abierta y los ojos saltando de las órbitas.

Paciente: Quisiera hacerme una lipo…
Cirujano: Bueno, vamos a ver. Desvestite que te reviso.
Paciente: Ah, pero… es que no traje bombacha…

¡¡¡¿QUÉ CLASE DE MUJER ES LA QUE SE APERSONA EN EL CONSULTORIO DEL MÉDICO SIN BOMBACHA?!!! ¿Cuán desprovista de vergüenza hay que estar para andar paseándose en cachufleta delante de un desconocido y encima pagarle para que te mire? Están las “sin bombacha”, las “hilo dental” y las “encaje rojo”, en ese orden. Y a ninguna le tiembla el pulso cuando se sube a la camilla.
Pero… ¿qué les pasa a las mujeres que han perdido la capacidad de seducir con inteligencia? Debe ser culpa del hombre que, como parte del continuo proceso de adaptación, ha dejado de ser selectivo y valora a la mujer según el tamaño de los implantes.
La pregunta es… ¿tendremos que sumarnos a esta nueva movida o seguir en la vereda de enfrente?

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