domingo, 4 de noviembre de 2007

Entre notas y patines

Hace calor pero no se nota. Sopla un viento huracanado que se lleva hasta las malas intenciones… Y yo en viaje de Ushuaia a La Quiaca con mis partituras bajo el brazo porque hay ensayo general y el maestro S montará en cólera si le falta una contralto.
Llegué temprano y pagué el precio de distribuir las sillas para el coro y la orquesta en simétrico semicírculo, ni tan atrás ni tan adelante. Vocalizamos. Resulta gratificante vocalizar, aspirar el aire hasta llenar la base de los pulmones, sentir cómo el maxilar se afloja y cae por su propio peso, la laringe desciende y el sonido fluye sin esfuerzo. Todo está en la cabeza. El secreto es concentrarse y aprender a respirar…
A las cinco de la tarde la iglesia está en penumbras.
“¡Alla corda!” grita el maestro S cuando los violines se desbocan y obligan a repetir por cuarta vez el mismo compás. Levanto la vista y lo veo, sonriendo desde lejos. No lo esperaba. La sorpresa me paraliza por unos segundos. Busco el momento preciso para escapar de las siniestras miradas del director y correr a sus brazos aunque sólo sea por un instante, lo que dura un beso o dos. Me quedo triste mientras se aleja en su auto y corro a cumplir mi destino de paseo obligado por Palermo Soho, cafecito con scons y pastafrola rodeada de ancianas ricachonas y “fiesta de patín” a la que fui invitada muy especialmente.
Las patinadoras estuvieron bastante bien, en especial las más chiquititas con sus caídas estrepitosas pero simpáticas. Había odaliscas, mariposas, muñecas y cabareteras con disfraces multicolores rebosantes de brillo. Ahora la moda es el patín… Todos quieren patinar aunque pocos tienen el talento.
La fiestita terminó promediando la medianoche. Y nos fuimos cantando bajito a devorar un rico asado mientras las niñas caían rendidas con los pies doloridos y las caritas llenas de purpurina.

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