domingo, 25 de noviembre de 2007

Sábado Inferno

Los pelos del maestro S ya estaban electrizados cuando llegué, tarde para variar, intentando no hacer más ruido que el imprescindible mientras buscaba el lugarcito más recóndito para sentarme con mi partitura y esconder el rubor de la culpabilidad detrás de algún escabroso pentagrama.

-¡Tenores! “Vuestro reino no es de este mundo”… no los oigo. ¡Y dije FORTISSIMO! De nuevo, levare del compás 52. ¡Sopranos, más separadas las semicorcheas!

Y así una y otra vez. A mitad del ensayo tenía la garganta crispada y un paquete vacío de caramelos de menta. Nunca deseé con tantas ganas llegar al final del ensayo.

Me dio antojo de café doble con crema y medialunas de manteca, o tal vez un brownie de limón. Pero mi bar de los sábados está cerrado desde hace más de dos semanas y nadie sabe por qué, ergo mi mozo preferido no vendrá corriendo a mi encuentro con el diario en la mano y las medialunas crujientes que sabe me fascinan. Lo único potable es un triste McD que no brilla precisamente por la limpieza, pero es lo que hay. El café es vomitivo y me dieron algo que simula ser un tostado de jamón y queso pero, por donde lo miro, no parece real. Uffff… No se pasa más el tiempo y no puedo seguir cambiando de mesa por todo el local para evitar los embates de estos mocosos del demonio que corren de acá para allá con las manos grasosas llenas de papas fritas y patitas de pollo y amenazan con bañarme en Coca Cola aguada si acaso me interpongo en su camino.
Y las madres siguen en la suya… Como si los críos no existieran. ¿Cómo es la cosa…? ¿Cuando no soportás a tus hijos los llevás a un lugar público para que el resto de los mortales se aguante los berrinches y vos hacés como que no ves nada? ¿Cómo puede de pronto una “madre” convertirse en ciega-sordomuda y hacer de cuenta que nunca parió mientras la criaturita hace destrozos, grita y patalea a menos de cinco metros a la redonda? ¿Es algún tipo de terapia que las no-madres desconocemos?

Refunfuñando y lanzando miradas asesinas, salí por fin del McD infernal. Y obtuve una recompensa inesperada: viajar en la combi de vuelta a casa, sentada al lado de Jeremy Irons. ¡Sí, sí, sí! Tal vez demasiado flaco para mi gusto, pero indudablemente una excelente copia del
original, en la flor de la edad. Al menos por un rato me sentí “La amante del teniente francés” y, haciendo gala de mi frondosa imaginación, también un poco “Lolita”.
Lo malo fue cuando abrió la boca para avisar dónde bajaba y ¡chau! se esfumó el encanto… No me entra en la cabeza que un tipo con esos ojos de un azul calmo y profundo, tan elegante y en apariencia seductor, hable en cámara lenta con una voz sin vida ni tono, completamente despojada de carácter y personalidad, tan pero tan… ¡aburrida! Andá, bajate de una vez… Eso me pasa por “fantasiosa”. Un día va a subir el padre Coraje y yo me voy con él, me voy…

A las cansadas, llegué a casa… sólo para escuchar la melosa perorata de mi vecina de al lado que festeja su cumpleaños de 40 y anda invitando especialmente a todos aquellos que “han dejado huellas” en su vida. Y estuvo colgada del teléfono al menos una hora y media, “porque vos me marcaste” y “mi vida cambió con tu presencia” y “estoy organizando una fiesta a mi medida” y “tenés que venir porque no sería lo mismo sin vos”… Ya me aprendí todo el disquito pero ahora analizo con remordimiento, que si es verdad que todos los invitados “la marcaron”, pobre mina, estará más cruzada de cicatrices que los Tres Mosqueteros
.

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