viernes, 30 de noviembre de 2007

Una de cal... y otra de arena


Cuando Dios creó el mundo y arbitraria o sistemáticamente hizo el reparto de DONES, algunos nos quedamos con el reclamo entre los dientes pensando si habría oportunidad de hacer algún canje, un “te cambio el don de la Inteligencia y el del Coraje por… no sé… ¡el de la Riqueza!” Más de uno habría aceptado con gusto el 2x1. Hasta los grandes sabios que se cagaban de hambre redactando aforismos y dictámenes memorables hubieran preferido gozar la vida en detrimento de tanta celebridad póstuma.
A mí me cayeron del cielo algunos dones interesantes, no muchos... El don de la Memoria que a veces es bueno y a veces no, sólo hay que aprender a sacarle provecho. El don de Comer sin Engordar fue siempre mi cualidad más envidiada, aunque con el tiempo ha perdido fuerza y efecto y últimamente debo acudir a técnicas ultra creativas para ocultar la pancita y evitar la típica pregunta mal intencionada “¿De cuánto estás…?” que los premiados con el don de la Mala Leche no se privan de arrojarte a la cara.
Un día descubrí que tenía el don para Cantar, que no es lo mismo que el don del Canto. Y encima me gustaba, porque hay veces que tenés un don que no te conforma y no lo explotás, lo guardás como si no fuera un verdadero don y está ahí pero se hace más chiquitito con el tiempo hasta que un día ni te acordás que lo tenés. ¡O peor! Te gusta tanto pero tanto algo… bailar, dibujar, jugar al truco, trepar a los árboles… que creés tener el don y resulta que te estafaron, se lo dieron a otro y vos seguís como si nada porque en realidad tu don es el de la Perseverancia y alguien más se llevó el del Talento.
Soy perseverante. Muy perseverante. Y ese es precisamente uno de los dones que no aprecio lo suficiente. Sería tan fácil hacer borrón y cuenta nueva… Pero no, yo estoy siempre ahí, dale que dale, y no me importa lo que digan, mi meta es llegar siempre al fondo de la cuestión, nada de medias tintas. Es más fuerte que yo… Y tal parece que a los demás molesta un poco, como a la nona que se cansaba de refrenar mis ímpetus con el consabido “¡Ma’ finishela!”
El don de la Humildad tampoco es mi fuerte aunque me reconozco (y me reconocen) “perfil bajo”. Detesto la ostentación y me río con ganas, agarrándome las costillas, de los que se
desviven por la casa más lujosa, el auto más exclusivo y las tetas más grandes. Y claro, a cambio me tiraron por la cabeza el don del Sarcasmo para reírme más fuerte y mejor.
Por algún motivo, el don de la Paciencia me miró y pasó de largo, en especial con mi papá que sí recibió con creces el don de Sacarme de Quicio. Aunque con el tiempo se aprende a ser paciente y uno va perdiendo de a poquito esa cuota de ansiedad que no es mala per se, pero a veces se nos va de las manos y es como si nos soltaran la rienda y nos desbocáramos por la vida sin medir consecuencias.
También ligué el don de la Torpeza Crónica. No hay un día en que no tropiece “sin querer” con la misma silla, que curiosamente está siempre ubicada en el mismo lugar y a esta altura debería poder evitarla con los ojos cerrados; o me estampe el dedo gordo del pié contra las rueditas del sommier y ahí sí que quedo bailando la tarantela hasta que el dolor se extingue dejándome esa sensación de necesitar una pata ortopédica. Simplemente no puedo evitar chocar contra las paredes, que se me caiga el celular en el medio de la calle o se me desparrame la hamburguesa porque le puse al pan una tonelada y media de mayonesa y ahora el despiole de tomate, lechuga y afines es irreversible. Lo peor fue cuando aterricé de boca al piso en la entrada de la Facultad, la primer semana de clases de primer año y tuve que soportar que durante meses me reconocieran como “la que se cayó al piso”. Hay cosas que no tienen vuelta atrás y, por más que me entrene, sigo siendo la reina de los torpes.
Y mi don más característico, el que sale a la luz cuando menos lo espero y quisiera tener la capa invisible de Harry Potter para hacer mutis por el foro y que nadie vea mi cara de no-sé-dónde-meterme… el don de la Desubicación. Es como un “otro yo”, una voz que sale de lo más profundo de mí para decir lo que no hay que decir en el momento menos oportuno. Y después se crea como un silencio y nadie sabe qué hacer y yo menos que nadie. No hay forma de tapar el agujero. No puedo controlarlo. Por eso prefiero escribir, porque puedo detenerme a pensar cada palabra, o casi todas, sin correr el riesgo de esputar alguna barbaridad irreparable.
Qué cosa los dones… Sería tan aburrido si uno pudiera elegir con cual quedarse. Porque en la variedad está la gracia y sólo es cuestión de ponerle un cacho de onda.

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